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CAPÍTULO 25.











                     l sepelio de Abdud Maher fue un acto muy reservado. Tan sólo
                     algunos conocidos, además de Fatma y David Kachka, asistieron
                Eal mismo. Desde que, siendo jóvenes, los dos cisjordanos decidie-
                 ran huir de Abu Dis, no habían vuelto a saber nada de sus familiares.
                 Aunque tampoco estos se habían molestado en conocer su paradero.
                 Fatma era, por lo tanto, la persona más parecida a un pariente que
                 tenía la pareja. La casa no parecía la misma que cuando, pocos días
                 antes, se marchara la joven. La señora Maher había estado haciendo
                 algunos cambios en la decoración y Abdud había cambiado el color
                 del cuarto de Fatma. El blanco clásico que cubría las paredes de la
                 habitación reservada a la hija de Ibra, había sido cubierto por un color
                 morado suave. Más de una vez, Fatma había expresado su deseo de te-
                 ner una habitación de aquel color, y los Maher quisieron complacer a
                 su “niña” -como solían llamarla- aunque esta ya no estuviese con ellos.
                 Si algún día regresaba tendría la estancia decorada tal como a ella le
                 gustaba. A pesar de su ausencia, la cual supusieron definitiva, el viejo
                 matrimonio no desechaba la idea de volver a tener a la muchacha en
                 su casa. Poco tenían los ancianos en qué pasar el tiempo, y redecorar
                 la morada les aportaba un placer mucho mayor que pasarse el día en
                 el sofá viendo la televisión o haciendo puzzles. Además, le darían una
                 sorpresa a la becaria cuando regresase, aunque sólo fuese a visitarlos.


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