Page 222 - Edición final para libro digital
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el propio Rahid sacó una capucha negra y le pidió a Ariel que se
              cubriese la cabeza.
                 Kachka obedeció, a pesar de que sus temores aumentaron ante
              aquella petición. La situación era comprometida y sólo podía con-
              fiar en la palabra de Rahid. Decidió que era mejor relajarse y dejarse
              llevar por aquella gente. Con suerte todo iría según lo previsto y
              pronto habría llegado a un acuerdo con los captores de Eitán y sus
              compañeros.
                 —Debes entregarme también tu teléfono móvil. Cuando regre-
              ses te lo devolveremos.
                 Ariel así lo hizo. Era evidente que aquellos sujetos estaban to-
              mando todo tipo de precauciones para impedir que los israelitas
              pudiesen localizar sus cuarteles.
                 Durante un buen rato anduvieron por las deterioradas calles de
              Gaza. Ariel no veía nada, pero, por los movimientos del vehículo,
              pudo deducir que buena parte del trayecto lo pasaran dando vueltas
              por los barrios más castigados por las bombas. Al cabo de una me-
              dia hora, la camioneta se detuvo y alguien tiró por él del brazo. Sin
              duda habían llegado al lugar. Caminaron unos cincuenta metros.
              El capitán Kachka lo hizo guiado en todo momento por dos de los
              individuos. Difícilmente podría ubicarse en aquel lugar puesto que
              nunca en su vida había estado en Gaza, pero sus anfitriones no de-
              seaban correr ningún riesgo.
                 Después de hacerle bajar unas angostas escaleras, Kachka pudo
              notar el desagradable olor a humedad y sudor que le rodeaba. Fue
              entonces cuando Rahid le quitó aquel capirote y pudo ver ante sí a
              varios hombres armados, distribuidos por la hedionda estancia. Sen-
              tado tras una rudimentaria mesa, aquel hombre de espesa barba, con
              su chilaba gris y un gran cigarro entre sus amarillentos dedos, fue el
              primero en hablar. Lo hizo dirigiéndose a Rahid Padúm.
                 —¿Es este? —fue su escueta pregunta al subordinado.
                 —Este es —respondió el aludido.
                 Entonces el barbudo de la chilaba se dirigió a Ariel.
                 —Así que tú eres el contacto con quien debemos negociar sobre
              los prisioneros.
                 —Así es. He sido elegido para ello y por eso estoy aquí.

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