Page 221 - Edición final para libro digital
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efecto contrario. Alguien podría ponerse nervioso y disparar prime-
                 ro. No es aconsejable que vengas armado. No lo necesitas.
                    —Me pides que haga de esto un acto de fe. Comprenderás que
                 tampoco yo tengo muchas razones para confiar en quienes puedan
                 recibirme.
                    —Tienes mi palabra de que todo se hará según lo acordado. De
                 no ser así, hace mucho que habría dejado de ejercer como interlo-
                 cutor de Ezzeddin Al-Qassam. No me caen bien los judíos, pero soy
                 una persona honrada y noble. Quienes no tienen palabra no pueden
                 abanderar una causa justa como la nuestra.
                    Ariel tenía serias dudas sobre lo justo de la causa por la cual lu-
                 chaba Hamás, pero, interiormente, reconocía la franqueza de aquel
                 palestino. Por propia experiencia sabía que la mayoría de aquellas
                 personas eran gente inocente; víctimas de una lucha que ellos no
                 provocaran. Aunque, desgraciadamente, había miles de ellos que,
                 como Rahid Padúm, estaban convencidos de la bondad de sus accio-
                 nes, y difícilmente cambiarían su manera de ver el conflicto quienes
                 habían nacido en él, adoctrinados en el odio desde sus primeros
                 años de vida. Pero Ariel también sabía que lo mismo ocurría con su
                 gente. Miles de judíos manejaban el mismo concepto para justificar
                 los indiscriminados ataques de su ejército en el derecho a defender-
                 se. Considerando a cualquier palestino un terrorista en potencia, o
                 cuando menos alguien a quien se debía odiar por decreto. Muy po-
                 cas diferencias había entre los unos y los otros, y en los argumentos
                 que utilizaban para mantener abierto un enfrentamiento que tan
                 sólo podía tener una solución dialogada; si bien para ello era indis-
                 pensable dejar de lado los intereses de las cúpulas y entablar unas
                 negociaciones limpias y sin pasado. Algo sumamente improbable a
                 corto o medio plazo.
                    Ariel guardó la pistola en la guantera, tal como le aconsejara
                 Padúm, y se bajó del coche. Bloqueó las puertas del mismo y se
                 dispuso a acompañar a Rahid. Los otros integrantes del trio de reci-
                 bimiento se adelantaron, siguiéndoles detrás los dos designados. Tan
                 sólo unos pasos más adelante, oculta detrás del derruido edificio, se
                 hallaba una vieja camioneta con más óxido que pintura. Los cuatro
                 hombres se subieron al vehículo y, antes de emprender la marcha,

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