Page 231 - Edición final para libro digital
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to hacia la muchacha. De ser así, el conocimiento de su embarazo
                 podría agravar aún más la relación.
                    —No creo que eso influya en nada. Tanto Ariel como su padre
                 son personas muy tolerantes. Y dudo que tu novio te haya llevado
                 allí de saber que su madre es una mujer con prejuicios —intentó
                 convencer Saida a la joven para que no barajase la posibilidad de una
                 aprensión racial.
                    —No lo sé —dijo dubitativa la becaria.
                    No continuaron con las cábalas respecto a la madre de Ariel. Lo
                 que no dejaba lugar a dudas era su animadversión hacía Fatma. Era,
                 por lo tanto, una necesidad, más que un deseo, que la joven abando-
                 nase la casa de Acre. Además, la señora Maher necesitaba de ella más
                 que nunca, y allí, en aquel apartamento, se sentía cómoda. Aquella
                 era su casa desde hacía tiempo y en ninguna otra parte había estado
                 mejor desde que tenía uso de razón.
                    —De todos modos, y si no le molesta, me quedaré aquí con
                 usted. Al menos hasta poder hablar con Ariel y tomar una decisión
                 definitiva.
                    —Claro que no me molesta. Bien sabes cuánto deseo tenerte a
                 mi lado. Pero no quiero que sacrifiques tu felicidad por cuidar de
                 una vieja amargada.
                    —Usted no es ninguna vieja amargada. Ya verá como juntas su-
                 peramos este trágico acontecimiento. Pronto volverá a ser la mujer
                 alegre y optimista que yo he conocido.
                    Por las mejillas de Saida comenzaron a correr las lágrimas. Tras
                 aquel receso, en el cual su inmediato interés se centró en los pro-
                 blemas de Fatma, retornó a su mente el recuerdo de su marido, y la
                 pena se apoderó nuevamente de su corazón.
                    Fatma pensó que lo mejor sería dar por finalizado cuanto antes
                 aquel nefasto día.
                    —¿Desea que prepare algo para cenar? —preguntó.
                    —No hija. No me apetece comer nada. Gracias —le respondió
                 Saida entre sollozos.
                    —Entonces, creo que lo mejor es irnos a dormir. Lleva usted tres
                 días sin descansar, y eso no le ayuda. Necesita dormir. Ya verá como
                 mañana está mucho mejor.

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