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dando desde días atrás. Ella no quería ser un obstáculo en la vida
                 de Ariel. Y tampoco estaba muy segura de que su convivencia fuese
                 fácil. Menos aún con la señora de Kachka dispuesta a entorpecer su
                 relación. De todos modos, estaba con Saida y podía esperar la vuelta
                 de Ariel con relativa tranquilidad. De permanecer en casa de los
                 Kachka, no habría soportado la presión a la que le sometía Rebeca
                 Linsky.
                    Saida y su casera pasaron juntas todo el día. Si bien había sido
                 la anciana quien la había animado aquella mañana, el resto del día
                 esta no pareció llevar muy bien su reciente tragedia. A pesar de que
                 la novel abogada hacía lo posible por distraerla, la viuda del viejo
                 Abdud parecía ausente. Siempre triste, y muchas veces, cuando creía
                 que Fatma no la veía, llorosa y abatida.
                    La joven becaria tampoco se sentía bien viendo sufrir a la anciana
                 de aquella manera. Pero no quería sumarse a la pena que ya de por
                 sí sentía la mujer. Hacía lo imposible por animarla, pero según iba
                 anocheciendo la viuda se veía más y más afligida.
                    Aquella noche, Saida quiso dormir sola. Ya no solicitó la com-
                 pañía de la muchacha para sentirse arropada en su pena. Fatma no
                 le dio mayor importancia. Durante el día ya la había notado cierta-
                 mente agobiada.
                    La mujer del difunto Abdud deseaba llorar en soledad, y la presencia
                 de la joven la obligaba a aparentar una fuerza que ya no tenía. Sabía
                 que también Fatma estaba pasando por malos momentos y no deseaba
                 contribuir con su desgracia al agobio que ya aquejaba a la joven.
                    Fatma comprendía los sentimientos de Saida y no dudó en ac-
                 ceder a dejarla sola aquella noche. Deseaba que la anciana pudiese
                 desahogarse sin que su presencia la contuviese.
                    Al día siguiente, Fatma se levantó algo más tarde de lo habitual.
                 Eran ya más de las diez cuando se dirigió hacia el baño. No era
                 normal que el apartamento estuviese tan silencioso a aquella hora.
                 Pero Fatma no quería intranquilizarse como el día anterior. Pro-
                 bablemente Saida hubiese vuelto a salir en busca de algo con que
                 comenzar bien alimentadas el día.
                    Cuando terminó de ducharse, la joven regresó a su habitación.
                 Se vistió y se dispuso a esperar por la señora Maher en la cocina.

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