Page 250 - Edición final para libro digital
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—La ha encontrado Fatma. Vivía con ella.
—¿Es usted Fatma? —inquirió el inspector a la joven.
Fatma no dijo nada. Se limitó a asentir con la cabeza. Aunque
algo más tranquila, era aún presa del enorme shock que había su-
puesto el acontecimiento.
—Lamento mucho lo ocurrido —comenzó diciendo el poli-
cía—. Sé que no es agradable para usted, pero tenemos que hablar.
—¿No podrían esperar a mañana? La chica está destrozada —in-
tervino la señora Levsky.
Los dos hombres se miraron un momento, y el que había habla-
do dijo entonces:
—Está bien. Volveremos mañana. ¿Se quedará aquí, en su casa?,
¿o tiene quizás algún familiar que la recoja?
—No tiene a nadie. Su única familia era Saida.
—¿Entonces, eran familia?
—No. Pero Fatma era para ella como si fuese su hija. No se pre-
ocupe. Se quedará aquí conmigo hasta mañana.
—Está bien. Entonces mañana, cuando se encuentre más tran-
quila, hablaremos con ella. Sobre las diez estaremos aquí.
—Gracias inspector. Seguro que mañana estará mucho más so-
segada.
—No lo dudo —dijo el inspector Masen mientras hacía un gesto
de cortesía al despedirse—. Hasta mañana.
—Hasta mañana —respondieron las mujeres.
En cuanto se hubieron ido los dos policías, la señora Levsky ad-
ministró a la joven un sedante. Una de las pastillas que ella misma
tomaba para poder contrarrestar el insomnio que padecía desde ha-
cía varios años.
El somnífero hizo el efecto deseado, y Fatma se fue relajando
hasta alcanzar un estado de somnolencia que, si bien no la sumió en
un profundo letargo, consiguió calmar sus tensiones y su angustia.
—Descansa niña —le dijo la señora Levsky— Yo me encargo de
todo. Tú descansa.
El día transcurrió tranquilo para la palestina. Bajo los efectos
de los fármacos, se pasó todo el tiempo medio dormida. Mientras,
la señora Levsky, ayudada por dos de sus más diligentes vecinas,
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