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CAPÍTULO 28.
Y a casi anochecía cuando el furgón militar procedente de Da-
mun se detenía ante la puerta del pequeño cuartel de Ascalón.
Varios guardias armados escoltando a dos hombres esposados
descendieron del mismo. Ariel, que junto a los otros tres suboficiales
les estaban esperando, era el más impaciente. Por fin conocería a
los hermanos de su prometida. A los dos cobardes que presenciaran
impávidos la ejecución de su propio padre.
—Buenas tardes capitán —saludó quien comandaba el grupo—.
Soy el sargento Aarón Lenis, del destacamento primero de la base de
Haifa. Les traemos a los prisioneros.
—Buenas tardes sargento. ¿No debería ser el comandante Smiter
quien dirigiera este traslado?
—Sí, señor. Pero el comandante fue requerido a última hora por
el almirante Peres. Tuvo que quedarse en Haifa y me traspasó a mí
el mando.
—Comprendo. Ya puede descansar —instó Ariel al suboficial
que permanecía firme ante él—. ¿Han tenido algún problema du-
rante el viaje?
—No, señor. Todo ha ido según lo previsto. Me han ordenado
que al llegar aquí le entregásemos la custodia de estos hombres y
regresásemos a Haifa hoy mismo.
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