Page 259 - Edición final para libro digital
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Nabir y Sabil se miraron. Igual que a David Kachka en Damun,
                 también a su hijo le pareció como si ambos hermanos se pudiesen
                 comunicar con la mirada. Al cabo de unos segundos, el mayor de los
                 dos palestinos se manifestó dispuesto a hacer lo que Ariel les pidiese.
                    —Está bien. Pero… ¿Qué se supone que debemos hacer nosotros
                 para colaborar en esto? Somos prisioneros a expensas de lo que voso-
                 tros negociéis. Nada podemos aportar al pacto.
                    —Creo que ya mi padre os ha explicado cual deberá ser vuestra
                 aportación.
                    —Lo que tu padre nos ha dicho ha sido que no volviésemos a
                 participar en las acciones de Ezzeddin Al-Qassam, y que abando-
                 násemos la organización. Sabéis muy bien que eso es inviable. Nos
                 matarían en cuanto hiciésemos sólo una insinuación.
                    —Siendo miembros de esa organización vuestra muerte os per-
                 sigue a diario. Resulta extraño que apeléis al temor a morir cuando
                 estaríais dispuestos a inmolaros si os lo ordenasen.
                    —Nada tiene que ver morir ejecutado por traidor con morir lu-
                 chando por nuestra causa. Morir como un mártir es algo digno.
                    —No voy a convenceros de lo que pienso acerca de eso. Pero
                 quizás os deberíais plantear si no es más honorable arriesgar vuestras
                 vidas para expiar una culpa. No sé cómo están vuestras conciencias.
                 Pero sí sé que, en vuestro lugar, la mía no estaría lo suficientemente
                 limpia como para vivir tranquilo.
                    Los dos hermanos se miraron nuevamente antes de responder.
                    —No podemos comprometernos a abandonar la organización.
                 Tampoco pienso que Fatma fuese más feliz sabiendo que también
                 nosotros corremos la suerte de nuestro padre. Si vamos a ser moneda
                 de cambio haremos lo que nos pidas para que esto llegue a buen fin.
                 Pero no te prometeremos lo que nos demandas.
                    —Está bien—dijo Ariel—. Recapacitad. Hasta mañana no vol-
                 veré a contactar con Rahid Padúm. Ya pensaré en algo.
                    Ariel volvió a la oficina dejando a los Hasbúm hablando entre
                 ellos. Sabía que si los hermanos de Fatma no cumplían las condicio-
                 nes que les exigían, el general Abelovich tendría la excusa perfecta
                 para lanzar un ataque en cuanto el teniente Sabel y los suyos estu-
                 viesen a salvo. Probablemente esa era ya la idea desde el principio.

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