Page 258 - Edición final para libro digital
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—Lo que no entendemos aún es por qué motivo hemos sido
              elegidos nosotros para esta negociación. Y mucho menos por qué te
              han encargado a ti intermediar en ella. Para un palestino es humi-
              llante que su hermana se entregue a un judío. No nos agrada seguir
              las indicaciones de quien ha embaucado a nuestra hermana. Tú nun-
              ca podrás hacerla feliz.
                 —Os diré algo. Y quiero que esto os quede bien claro. Yo amo a
              Fatma. La amo tanto que he accedido a esto por mantener nuestra
              relación. No os podéis ni imaginar la cantidad de obstáculos que
              debo superar para seguir con ella. Pero a pesar de todo, estoy dis-
              puesto a lo que sea antes que renunciar al amor de vuestra hermana.
              No es sencillo para mí, después de saber cuál ha sido vuestro com-
              portamiento y lo que ha sufrido Fatma por vuestra culpa, arriesgar
              mi propia vida para negociar vuestra libertad. Yo no quiero ser quien
              os juzgue por vuestros actos, pero tampoco me juzguéis vosotros a
              mí. Ni siquiera me conocéis.
                 —Eres judío. ¿Acaso no es razón suficiente para que nos resultes
              despreciable?
                 —Vuestro concepto del desprecio es algo muy subjetivo. Para mí
              lo despreciable es asistir impasibles a la ejecución de vuestro propio
              padre, cuyo único delito ha sido amar a sus hijos y trabajar toda su
              vida en favor de ellos. Considerar eso como un acto de justicia es el
              mejor ejemplo de algo despreciable que se me ocurre. Y me da igual
              que sean palestinos o judíos.
                 La referencia que Ariel hizo a la ejecución de Ibrahim no gustó
              a los Hasbúm; quienes obsequiaron a joven capitán con una mirada
              en la cual se entremezclaban el rencor y la culpa. Pero nada respon-
              dieron. Su mayor castigo desde que se dejaran llevar por la doctrina
              terrorista había sido, precisamente, el asesinato de Ibra. Al igual que
              les sucediera cuando hablaran con David Kachka, fueron nueva-
              mente presas del remordimiento. Y tal como les ocurriera entonces,
              sus pensamientos surgieron de la racionalidad y no del fanatismo
              radical que desde niños subyugaba sus razonamientos.
                 —Espero que al menos compenséis una parte del daño que vues-
              tra actitud ocasionó a vuestra hermana. Ella os ha perdonado. Dejad
              ahora que sea feliz —argumentó Ariel.

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