Page 256 - Edición final para libro digital
P. 256

—Muy bien, sargento. A partir de ahora nosotros nos haremos
              cargo de ellos. Pueden ustedes regresar a la base.
                 El sargento Lenis y sus hombres volvieron a subirse al furgón,
              que reanudó su marcha, desapareciendo a la vista de Ariel al girar en
              el cercano cruce con dirección a Haifa.
                 —Bien —dijo Kachka, como si estuviese reflexionando—. Así
              que sois vosotros los hermanos de Fatma.
                 Los dos hermanos miraron fijamente al oficial sin decir nada.
              Para ellos también resultaba curioso conocer al novio judío de su
              hermana. Les había sorprendido saber de aquella relación. Desde
              que el padre de Ariel les contara lo que ocurría, estaban impacientes
              por ver quién era aquel con el que su hermana había traicionado el
              honor de la familia.
                 —Llevadlos adentro —ordenó Ariel a sus hombres.
                 Ya en el interior de la celda del pequeño puesto, y vigilados por
              dos guardias del destacamento local, Ariel quiso saber cuál había
              sido su actitud ante el ofrecimiento que les había hecho su padre.
              Por el comportamiento mostrado al llegar no parecían muy dispues-
              tos a entablar una conversación con Kachka. Por tal razón, antes de
              hablar con ellos, el joven creyó conveniente llamar a su progenitor.
                 David Kachka se encontraba ya cenando cuando recibió la lla-
              mada de Ariel.
                 —Hola hijo.
                 —Hola papá.
                 —¿Ya han llegado los Hasbúm a Ascalón? —preguntó el mayor
              de los interlocutores antes de que Ariel pudiese decirle nada.
                 —Sí. Ya están aquí. Llegaron hace unos quince minutos.
                 —¿Y qué tal?, ¿cómo se están comportando?
                 —No han abierto la boca. Por el momento tan sólo se han limi-
              tado a mirarme de forma extraña. No has podido convencerles para
              que colaborasen. ¿Cierto?
                 —No fue fácil al principio. Pero finalmente han aceptado hacer-
              lo. Aunque se han mostrado en total desacuerdo sobre tu relación
              con Fatma, han accedido, a regañadientes, a facilitar su futuro.
                 —¡Los cerebros del estado mayor! Todavía no comprendo en qué
              se pudieron basar para creer que la intervención de Fatma podría
              favorecer esta misión.

              254                                                                                                                                              255
   251   252   253   254   255   256   257   258   259   260   261