Page 262 - Edición final para libro digital
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—¿Rahid? —preguntó Ariel nada más atender este a su llamada.
—Sí. Soy yo.
—Hola. Soy Ariel Kachka.
—¿Para qué me llamas?, ¿tienes ya a los prisioneros contigo?
—Así es. Están aquí, en Ascalón. Quisiera que hablásemos para
ponernos de acuerdo en los detalles. ¿Has hablado con tu jefe?
—Sí. Musleh acepta el trato, pero exige que seas tú quien entre-
gues a Nabir y Sabil.
—Ese ya era el plan.
—Pero quiere que vengas solo; como ayer.
—Ayer no tenía que custodiar a nadie. Estaría loco si fuese yo
solo con los dos prisioneros. No tengo ninguna garantía de que no
me maten nada más verme. O que me capturen a mí también una
vez vuestros hombres estén libres.
—Esa es la condición que pone Musleh. Yo soy sólo un interme-
diario. Si deseas que liberen a tus compañeros deberás hacer lo que
él exige.
Ariel comenzó a temer que aquello diese al traste. Le sabría muy
mal no poder cumplir con la misión, pero estaba arriesgando dema-
siado. Además, sus hombres no le permitirían cometer tal locura.
Era como meterse en la boca del lobo. Pero… ¿Qué podría hacer
para conseguir llevar a cabo con éxito el intercambio? Debería en-
tregar a los Hasbúm como fuese, y no parecía que Boulus Musleh
estuviese dispuesto a hacerlo de manera diferente a la propuesta.
—Oye. Intenta convencer a tu jefe de lo irrazonable que es su
planteamiento. Seguro que podremos llegar a un acuerdo. Yo debo
hablar también con mis superiores sobre esto. Te llamaré dentro de
una hora.
—No creo que Musleh acepte otras opciones. No quiere correr
ningún riesgo. Pero hablaré con él.
—Bien. Volveremos a hablar.
Ariel se reunió inmediatamente con los sargentos Darsán y Ti-
mot y con el alférez Gorten.
—Caballeros —comenzó diciendo—. Nos ha surgido un peque-
ño problema.
—¿Cómo de pequeño? —preguntó Darsán.
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