Page 263 - Edición final para libro digital
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—Boulus Musleh exige que sea yo, solo, quien acompañe a los
                 prisioneros hasta el lugar del intercambio.
                    —De ninguna manera —respondió inmediatamente Gorten—.
                 No vamos a dejar que vaya usted solo.
                    —El caso es que si no lo hacemos así no cumplirán con el acuer-
                 do. Sé que es muy peligroso, pero si queremos terminar con éxito
                 esta misión tendré que arriesgarme.
                    —Señor. Las órdenes son que colaboremos con usted en esta ta-
                 rea, y de momento no hemos tomado parte en ella. Comprendo su
                 interés por la misión, pero la idea de ir usted solo es una locura. Con
                 todos mis respetos; como primer suboficial es mi deber advertirle
                 que si decide acceder a las exigencias de Musleh tendré que comuni-
                 car su actitud al coronel Taback.
                    —Lo comprendo alférez Gorten; y no contradeciré las órdenes
                 recibidas. Pero de no aceptar Musleh otra alternativa estoy decidido
                 a correr el riesgo. Usted cumpla con su deber.
                    —Pero Señor. Es una locura lo que le piden. No tendrían ningún
                 problema para hacerle también prisionero.
                    —Lo sé. Ya le he dicho a Rahid Padúm que le comunique a su
                 jefe mi desacuerdo. Pero dudo mucho de que le convenza.
                    Los suboficiales se miraban indecisos. Su jefe inmediato, y a
                 quien debían obedecer, era el capitán Kachka, pero a ellos les ha-
                 bían enviado con él para conseguir llevar a cabo la encomienda con
                 seguridad. Dejar solo a su capitán ante tan arriesgada tarea les haría
                 responsables de lo que pudiese ocurrirle.
                    —Deberíamos pensar en una alternativa. Seguro que habrá otras
                 maneras de hacerlo —dijo nuevamente Gorten.
                    —Dentro de una hora volveré a llamar a Padúm. Entonces sa-
                 bremos si Musleh ha entrado en razón. Esperemos hasta entonces.
                    —¿Y si no cambia sus pretensiones?
                    —En una hora lo sabremos —dijo Ariel. Dando por finalizada
                 la conversación.








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