Page 266 - Edición final para libro digital
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Fatma le explicó al padre de Ariel todo lo acontecido desde la muerte
              de Abdud. Pero su mayor preocupación en aquel momento eran las
              palabras del inspector Masen, y sobre ello centró su petición a Kachka.
                 —Yo no sabía nada de la herencia. La policía sospechará ahora de
              mí. Soy palestina y hermana de unos terroristas. Seguro que intenta-
              rán responsabilizarme de la muerte de Saida.
                 —No te precipites. Es normal que investiguen una muerte en
              esas circunstancias. Pero no hay razón para suponer que puedan acu-
              sarte a ti de nada.
                 —De todos modos, me harán preguntas. Me siento muy sola y
              asustada.
                 —Mañana mismo me desplazaré a Tel Avid para reunirme con-
              tigo. Tranquilízate. Yo me encargaré de todo —le dijo Kachka para
              apaciguarla.
                 Fatma casi no durmió aquella noche. La impaciencia por ver al
              padre de Ariel al día siguiente le impedía entregarse al sueño. En
              aquel momento, y a pesar del cariño y el consuelo que le brindaba
              la señora Levsky, se sentía totalmente desamparada. Sin su amado
              capitán y sin los Maher, la palestina estaba perdida en la tristeza y
              el dolor. En menos de dos semanas toda su felicidad y sus proyec-
              tos de futuro se habían desmoronado. Le estaba resultando imposi-
              ble mantener siquiera un mínimo de esperanza sobre el retorno de
              Ariel. Por otro lado, su embarazo ya no le parecía motivo de alegría.
              En tal coyuntura lo veía más como un obstáculo para su ventura.
              Se sentía abatida por las circunstancias, y no lograba inocular a sus
              pensamientos ni la más mínima chispa de optimismo.
                 David Kachka se presentó temprano en la casa de la señora Levs-
              ky. Fatma, que ya lo estaba esperando, fue quien le abrió la puerta.
              El abogado la abrazó cariñosamente, intentando consolar su enési-
              mo llanto. Ella estaba sumamente nerviosa y tan sólo se expresaba
              entre sollozos, con la cabeza apoyada sobre el hombro del abogado.
              Pero Kachka, separándola un poco, la miró fijamente y le dijo:
                 —Ya no quiero que llores más. Tenemos mucho de qué hablar
              y necesito que estés tranquila. Estoy contigo, y te aseguro que no
              te dejaré en tanto Ariel no regrese. Lamento mucho lo de la señora
              Maher, pero ya nada puedes hacer por ella. Ahora debes continuar

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