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para ello, pero las órdenes de los centinelas eran muy claras y conci-
                 sas. Incluso utilizando sus credenciales de capitán jurídico le habría
                 de resultar un problema alcanzar el exterior. De todos modos, ya
                 estaba decidido y, de un modo u otro, iría en busca de su prometida.

                    Los bombardeos comenzaron con inusitada intensidad aquella
                 misma tarde. Aquel ataque no era una simple incursión aérea, como
                 ocurriera en tantas otras ocasiones. Se trataba de un castigo al pue-
                 blo palestino como nunca antes se había llevado a cabo. El general
                 Abelovich clamaba venganza desde la masacre de Sheikh Ratwan,
                 y el ministro de defensa, Binem Lacka, no era menos partidario de
                 aplicar a los palestinos un castigo ejemplar. El primer ministro había
                 cedido ante las presiones a las que ambos le sometieran, y lo que
                 en principio pretendía ser un ataque estratégico contra objetivos de
                 Ezzeddin Al-Qassam, se convirtió en un bombardeo indiscriminado
                 que mantuvo durante días en constante alerta a la población de la
                 Franja. A pesar de estar acostumbrados a las bombas judías no se
                 esperaban llegar a sufrir un ataque de aquella magnitud. Los lugares
                 más propensos a ser bombardeados eran evacuados apresuradamen-
                 te. Nadie estaba seguro en Gaza aquellos días. Pero el mundo seguía
                 girando, y también Fatma hacía frente a los riesgos cotidianos inten-
                 tando reconducir su vida entre sus antiguos vecinos.
                    Los cohetes de Hamás tampoco dejaban de caer en las pobla-
                 ciones judías; donde la imprecisión de estos y los indiscriminados
                 objetivos de los milicianos que los lanzaban, eran causa de cientos
                 de víctimas inocentes. Ni los unos ni los otros respetaban en lo más
                 mínimo las peticiones internacionales, y el odio, convertido en des-
                 trucción y muerte, volvían a erigirse en razón y propósito funda-
                 mental para ambos pueblos.
                    A la mañana siguiente, Ariel llevó a cabo su plan. Logró burlar el
                 toque de queda decretado en todo el país, ayudándose de su rango
                 militar y de su inteligencia para poder salir de la base. Una vez fuera,
                 condujo lo más a prisa que pudo hacia la frontera. Debió pasar va-
                 rios controles antes de llegar al paso de Erez. Pero, para introducirse
                 en Gaza, sabía que no podría hacerlo como militar. Se cambió de
                 ropa e intentó hacerse pasar por un colono. Mas las órdenes de los

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