Page 297 - Edición final para libro digital
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—¿Qué haces por aquí? ¿Hacia dónde te diriges? —le preguntó
                 el individuo.
                    —Vengo de Erez. Me dirijo a Jibaliya. A la casa de los Hasbúm.
                    —¿Conoces a los Hasbúm?
                    —Sí. Les conozco —improvisó Ariel.
                    —¿Y para qué quieres verlos?
                    —Necesito hablar con ellos. Tengo información sobre su herma-
                 na. Está en peligro.
                    —En peligro estamos todos, hermano. ¿Es que no ves que nos
                 están diezmando? Ir andando hasta Jibaliya es como caminar hacia
                 la muerte.
                    —Lo sé. Pero no he podido entrar en coche.
                    —Tú no eres palestino. Pareces judío.
                    Ariel comenzó a ponerse nervioso. Tenía que pensar muy aprisa
                 antes de que aquellos hombres decidiesen eliminarle.
                    —No. No soy palestino. Pero tengo buenas relaciones con los
                 Hasbúm. Les conocí en la cárcel.
                    Ariel esperaba que aquello fuese excusa suficiente para evitar las
                 represalias de aquellos tipos. Pero las preguntas no cesaron.
                    —¿Y a qué viene que quieras verles cuando vuestros aviones nos
                 están masacrando?
                    —Ya te lo he dicho. Su hermana corre un grave peligro. He veni-
                 do para advertirlos y ponerlos a salvo.
                    Los milicianos comenzaron a dudar. Ningún israelí con un mí-
                 nimo de sentido común se atrevería a andar por allí en aquellas cir-
                 cunstancias. Mucho menos desarmado y solo. Finalmente dieron
                 credibilidad a los argumentos de Ariel.
                    —Está bien. Sube, te llevaremos hasta Jibaliya.
                    Ariel respiró algo más aliviado. Había conseguido controlar sus
                 emociones, pero el miedo casi le podía. Se subió a la camioneta
                 y emprendió el camino con aquellos tres desconocidos. No estaría
                 tranquilo hasta que llegasen al barrio donde residían los Hasbúm y
                 dejase de ver tan de cerca los fusiles de aquellos individuos.






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