Page 302 - Edición final para libro digital
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de metralla, y del revoque de los mismos ya no quedaba más que
              muy escasos vestigios.
                 El joven llamó a la primera puerta que encontró a su derecha.
              Nadie atendió a su llamada. Probó en la puerta de la izquierda; pero
              tampoco allí recibió respuesta alguna. Aquella zona debía ser obje-
              tivo de los ataques hebreos, pensó Ariel, por las múltiples huellas
              patentes en las construcciones, así como por las innumerables vi-
              viendas abandonadas.
                 El joven capitán decidió establecer un orden de búsqueda. Si Fat-
              ma estaba en alguna de aquellas casas la encontraría. Subió las esca-
              leras y llamó a una de las puertas del piso superior. En esa ocasión
              alguien respondió desde el interior.
                 —¿Quién es?
                 Era la voz de un varón. Ello causó en Ariel otra pequeña decep-
              ción, pero al mismo tiempo lo animó haber encontrado a alguien a
              quien poder preguntar. Desde el rellano, a través de la vieja madera,
              expuso la razón que le había llevado hasta allí. El propietario de la
              vivienda abrió entonces la puerta. Era un hombre de piel oscura,
              de unos setenta años de edad. Vestía una vieja camisa gris y unos
              amplios pantalones marrones, casi transparentes en algunas zonas
              debido al desgaste. El palestino le recibió amablemente. La sonrisa
              que se dibujaba en su rostro dejaba a la vista su escasa y ennegreci-
              da dentadura. Ariel pudo ver al fondo, en una estancia abierta que
              parecía ser la sala principal del pequeño apartamento, a cuatro per-
              sonas más. El viejo anfitrión le invitó entonces a entrar y Ariel así lo
              hizo. Una vez en el salón, el patriarca de aquella familia se presentó
              e indicó al judío quienes eran los demás miembros del clan.
                 —Me llamo Amed Basur, —le dijo el anciano— y ellas son mi
              esposa, Laila, mi hija Esma y mi nieta Marna.
                 —Es un placer. Yo me llamo Ariel Kachka. He venido en busca
              de una mujer que vive por aquí. Se llama Fatma Hasbúm y tiene dos
              hermanos. Su padre era comerciante.
                 —¡Fatma!, la hija de Ibrahim —dijo la mujer de Amed en un
              tono que denotaba su conocimiento.
                 —Sí. Claro que la conocemos. Hacía muchos años que no sabía-
              mos nada de ella.

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