Page 304 - Edición final para libro digital
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da. Ariel quiso correr en busca de su novia, pero el viejo Amed,
              sujetándolo por un brazo, evitó que cometiese tal locura.
                 —Si sales ahora a la calle no conseguirás dar cinco pasos sin en-
              contrar la muerte. Debemos permanecer aquí hasta que se retiren
              los aviones y los milicianos se calmen.
                 —Pero Fatma podría estar en peligro. Si bombardean la casa de
              los Hasbúm y ella está allí, morirá.
                 —Lo sé. Pero nada puedes hacer tú por evitarlo. Morirías igual-
              mente. Sólo podemos rezar a Alá para que eso no ocurra y esperar a
              que cesen los bombardeos.
                 Las incursiones aéreas y los disparos se prolongaron durante todo
              el día; hasta que oscureció. Era poco más de media noche cuando,
              por fin, cesaron los ataques. Entonces, Amed y Ariel se asomaron a
              la ventana. Los cristales de la misma habían saltado hechos añicos
              por el efecto de las explosiones, y una parte del muro de la vivienda
              se había derrumbado. Pero, por suerte, ninguno de los habitantes del
              humilde apartamento, ni tampoco Ariel, habían resultado heridos.
                 Al asomarse ambos hombres para mirar al exterior, sólo alcan-
              zaron a ver humo y cascotes. La oscuridad era casi total. A pesar de
              ello, pudieron percibir varias sombras moviéndose entre la penum-
              bra. Eran hombres armados que se comunicaban a gritos intentando
              reagruparse.
                 —Salir ahora, en medio de este caos, y a oscuras, sería una lo-
              cura. Lo mejor será que duermas aquí y mañana, cuando todo se
              calme, vayas en busca de Fatma —le aconsejó Amed.
                 —Sí. Eso haré. Con toda esa gente fuera no llegaría muy lejos.
              Ninguno de ellos dudaría un sólo instante en disparar contra un
              judío a la carrera por esa desvencijada calle.
                 La razón pudo más que sus deseos y no osó aventurarse en bus-
              ca de Fatma en plena oscuridad, con aquellos hombres armados y
              sobreexcitados merodeando en el exterior y decididos a abrir fuego
              contra cualquier cosa que se moviese.
                 El joven Kachka decidió que lo mejor sería pasar allí la noche,
              tal como le aconsejara Amed, y retomar su búsqueda a la mañana
              siguiente.



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