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CAPÍTULO 34.











                      riel casi no había dormido aquella noche. Atento a las idas y
                      venidas de los milicianos de Ezzeddin Al-Qassam por los alre-
                Adedores, se mantuvo diligentemente despierto, pendiente de la
                 actividad que había afuera.
                    En cuanto salió el sol, el joven capitán despertó a Amed para que
                 le indicase cual era la casa de los Hasbúm. Ambos se asomaron al
                 hueco en que se convirtiera una parte de la fachada, y con extrema
                 precaución otearon la calle y los lugares adyacentes. El estado de
                 algunas viviendas y la deteriorada calzada eran un claro reflejo de la
                 dureza de los bombardeos. Algunas casas estaban totalmente derrui-
                 das, y los cascotes cubrían la mayor parte de la vía. Una vez hubieron
                 comprobado la ausencia de milicianos, pudieron observar, dos fincas
                 más abajo, el inmueble donde supuestamente debería estar Fatma.
                 El edificio continuaba aún en pie. Estaba notablemente castigado
                 por la metralla, pero afortunadamente no había sido objetivo de los
                 misiles hebreos.
                    Ariel quiso salir inmediatamente hacía allí, pero el Viejo Amed lo
                 convenció para que esperase. Las dos mujeres, Laila y Esma, habían
                 preparado un abundante desayuno. Probablemente no tendrían
                 mucho más que aquello que servían a la mesa para comer todos
                 aquellos días, pero el especial sentido de la hospitalidad de aquella


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