Page 306 - Edición final para libro digital
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familia hacía que su generosidad se antepusiese a su precaria exis-
              tencia. Ariel sabía lo que significaba para aquella gente rechazar una
              invitación y no quiso ofender a Amed y a los suyos refutando tan
              generoso ofrecimiento.
                 Desayunaron todos juntos. Una vez terminada la comida, Ka-
              chka se despidió de los Basur y se dirigió directamente hacia el pe-
              queño edificio que le había indicado Amed.
                 Eran casi las diez de la mañana cuando el joven capitán golpeaba
              a la puerta del humilde apartamento. Aún se podían escuchar gritos
              y algunos disparos a lo lejos; prueba irrefutable de que se estaban lle-
              vando a cabo escaramuzas en el centro de la ciudad; claro indicativo
              de que, además de los bombardeos, su ejército había incursionado
              con tropas en la Franja. Aquella no era una buena noticia para el ca-
              pitán, ya que aparte de tener que cuidarse de no ser descubierto por
              los hombres de Musleh, corría el peligro que suponían sus propios
              camaradas; quienes no dudarían en disparar contra cualquiera que
              no respetase el preceptivo toque de queda indefinido.
                 A las insistentes llamadas de Ariel no respondió nadie. El joven se
              sintió abatido. Sabía que en aquella situación le sería imposible en-
              contrar a Fatma si esta no estaba en su casa, el único lugar probable
              al que él podía acudir. Insistió una vez más con el mismo resultado;
              el silencio. No convencido de que la casa estuviese vacía pegó su
              oreja a la madera intentando escuchar algo en el interior, pero nada
              le indicó que la vivienda pudiese encontrarse ocupada. Entonces,
              decidió marcharse. No tenía sentido arriesgar su vida sin conocer el
              paradero de la becaria.
                 Con la ciudad tomada y en un abierto enfrentamiento bélico,
              cada minuto que pasase allí aumentaba su riesgo de perder la vida.
              Antes de salir al exterior, desde el portal de la entrada observó los
              alrededores. Fue entonces cuando la vio. A unos veinte metros a su
              derecha, al otro lado de la deteriorada calzada y corriendo entre los
              escombros, Fatma se dirigía hacia donde él estaba. El corazón le dio
              un vuelco y quiso correr a su encuentro, pero el sentido común evitó
              que cometiese tal error. Justo en ese momento, doblando la esquina
              norte de la misma calle, asomó el cañón de un Merkava escoltado
              por una patrulla de más de veinte soldados.

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