Page 303 - Edición final para libro digital
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—¿Entonces la han visto estos días? —preguntó Ariel visible-
                 mente excitado.
                    —Sí, la he visto ayer. Ha vuelto de Tel Aviv hace uno o dos días.
                    —¿Me podrían decir dónde vive?
                    —Creo que está en la casa familiar, dos portales más abajo.
                    —¿Saben si está ella sola?
                    —No creo —le respondió el viejo— Sus hermanos ocupaban esa
                 casa desde la muerte del viejo Ibra hasta que les detuvieron en Israel.
                 Pero creo que también han regresado estos días.
                    Al nombrar a los hermanos de Fatma, la inamovible sonrisa del
                 anciano desapareció de repente. Estaba claro que Nabir y Sabil no
                 eran muy del agrado del viejo Amed.
                    —Parece que no le caen tan bien como Fatma sus hermanos —se
                 atrevió a opinar Ariel.
                    —Ella es diferente —dijo Amed.
                    Ariel no quiso insistir. Conocía todo lo ocurrido años antes con
                 el padre de la joven. Sin duda aquel hombre debió haber sido un
                 buen amigo de Ibrahim, a juzgar por lo bien que hablaba de él y de
                 su hija.
                    Ariel estaba ya a punto de despedirse cuando en el exterior se
                 oyeron unas fuertes explosiones, demasiado sonoras como para con-
                 siderarlas lejanas. Amed ordenó a su familia que se cobijasen rápi-
                 damente debajo de una robusta mesa de madera, al tiempo que le
                 indicaba a Ariel que hiciese lo mismo.
                    Los cinco se acurrucaron bajo el vetusto mueble, mientras, en
                 el exterior, las deflagraciones eran más continuadas y potentes. No
                 muy lejanas tampoco, se podían oír las voces de los milicianos que
                 intentaban hacer blanco en alguno de los veloces aviones; aunque
                 con escaso éxito y abundantes pérdidas humanas y materiales.
                     Los pilotos hebreos habían centrado su ataque en unas casas
                 muy próximas, en aquella misma calle, causando inimaginables da-
                 ños en la zona.
                    Sin duda, en el barrio se debían esconder hombres de Ezzeddin
                 Al-Qassam. Eso despertó un enorme temor en el joven abogado.
                 Sabía que los hermanos de Fatma vivían en aquel barrio y que muy
                 probablemente la becaria se encontrase también en la misma vivien-

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