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CAPÍTULO 33.
espués de un pequeño receso en los ataques nocturnos, a pri-
mera hora de la mañana, dos F-15l sobrevolaron, una vez más,
Dla concurrida población palestina. No llegaron a soltar su mor-
tífera carga explosiva, pero el estridente sonar de sus motores a la
escasa altura a la que se desplazaban, alertó inmediatamente a los
habitantes.
La gente fue presa del miedo y el caos se apoderó nuevamente de
las calles. El gentío corría desordenadamente en busca de un lugar
seguro donde protegerse de lo que, con toda seguridad, vendría a
continuación.
Tantos años sufriendo los ataques judíos habían convertido
aquello en una rutina. Unos se apresuraban hacia sus hogares con
la intención de poner a salvo a sus familias. Otros buscaban algún
lugar seguro donde refugiarse de la inminente lluvia de muerte y
destrucción que se había echado encima. Algunos, incluso se dispo-
nían a hacer frente a los supersónicos pájaros de acero con fusiles de
asalto, pistolas y lanzagranadas de escasa precisión y alcance. Inclu-
sive, los había que acumulaban piedras para arrojarlas al paso de los
aparatos. Tal era para muchos el miedo, y para algunos el fanatismo,
que de no ser por la gravedad de la situación y las trágicas conse-
cuencias que acarrearía, hasta podría resultar grotesca aquella visión
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