Page 308 - Edición final para libro digital
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por ella, se fusionaban en un extraño sentimiento que limitaba su
              capacidad para expresarse. No sabía qué decir. En parte se sentía
              culpable de haber forzado con su decisión a que Ariel se jugase la
              vida para conservar su amor.
                 Finalmente, ante la mirada expectante e indulgente del joven ca-
              pitán, consiguió responder.
                  —No lo sé. Estaba tan confundida.
                 —¿Confundida?, ¿por qué razón? ¿Dudabas acaso de mis senti-
              mientos hacia ti?
                 —Sí, he dudado. Tantos días sin saber de ti, tantos obstáculos
              ante nuestro futuro... No podía soportarlo más. La muerte de los
              Maher y el no poder tener tu consuelo me superaban. Quizás no
              haya tomado la mejor decisión, pero… No tenía a donde ir. Sin ti
              me sentía perdida.
                 —Mi padre ha estado allí en todo momento. Tan sólo te pedí un
              poco de paciencia. No comprendo por qué te fuiste de Acre.
                 Fatma no quiso decirle nada sobre sus enfrentamientos con Re-
              beca. No deseaba disgustar a Ariel en aquel felíz momento.
                 —Lo siento. De veras que lamento haber dudado de tu amor.
              Pero me sentía tan confundida que tan sólo aquí, entre los míos, creí
              poder superar mi desánimo.
                 —Bueno. Todo está aclarado ya. Volvamos a casa y olvidemos
              todo lo malo que nos ha sucedido.
                 La joven lo miró con dulzura. Agachó ligeramente la cabeza y,
              casi susurrando, le dijo:
                 —Hay algo que no he querido contarte hasta no estar segura de
              tus verdaderos sentimientos.
                 —¿De qué se trata? —le inquirió él.
                 —Estoy embarazada.
                 Ariel abrió enormemente los ojos y su rostro dibujó una mueca
              de asombro. La sorpresa agarrotó su reacción. Entonces ella levanto
              la mirada. Temiéndose lo peor ante el inesperado pasmo de su pare-
              ja, Fatma retomó su aflicción.
                 —¿No te alegra saberlo?  —le preguntó.
                 —Claro que sí —dijo él abandonando su asombro— Es mara-
              villoso.

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