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CAPÍTULO 35











                     os hombres entraron en la casa. Ariel pudo oír como cerraban la
                     puerta con llave; lo cual le llevó a concluir que no eran ladrones,
                Dy mucho menos milicianos de Ezzeddin Al-Qassam. Con la agili-
                 dad mental que le caracterizaba, dedujo que debería tratarse de Sabil y
                 Nabir. Aquella era también su casa y, a pesar de no haber estado en ella
                 esos días, muy probablemente buscasen esa noche refugio en el hogar.
                 Permaneció oculto tras la pared viendo como la estancia era iluminada
                 por el haz de luz de una linterna. Sin moverse apreció como dos hom-
                 bres jóvenes y de aspecto desaliñado se introducían en la sala con indu-
                 dable naturalidad. Tal como se había imaginado, eran Nabir y Sabil.
                 Los hermanos de Fatma no detectaron su presencia, y Ariel no quería
                 sorprenderles apareciéndose sin más. No sabía si estarían armados ni
                 cuál podría ser su reacción inmediata. Agazapado en la oscuridad esperó
                 a que los Hasbúm descubriesen la estadía de su hermana en la casa. Muy
                 probablemente ya estarían al tanto de la llegada de la joven al hogar, y
                 lo mejor sería que fuese ella quien les pusiese al tanto de la situación.
                    Fatma salió del cuarto. El ruido había interrumpido su sueño.
                    —Hola hermana —le dijo Nabir al verla aparecer por la puerta
                 de su cuarto.
                    —¿Qué hacéis aquí? —preguntó la becaria—. ¿No estabais en
                 Jarara con vuestros camaradas?


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