Page 315 - Edición final para libro digital
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Ariel y Fatma se miraron sorprendidos. Aquellos dos jóvenes ra-
                 dicales parecían haber entrado en razón, y anteponían la vida de
                 su hermana a los insidiosos y fanáticos ideales que, durante años,
                 habían ido anulando su voluntad hasta convertirles en inhumanos
                 instrumentos de venganza al servicio de los exaltados seguidores del
                 terror y el odio.
                    Ante la inacción de su hermana y del militar, Sabil decidió acla-
                 rar su inesperado cambio de actitud.
                    —Fatma —Comenzó diciendo—. Durante años hemos estado
                 sufriendo las consecuencias de la muerte de nuestro padre. Nues-
                 tras conciencias nunca han dejado de torturarnos desde entonces; si
                 bien, hasta no hace mucho, aún argumentábamos lo ocurrido como
                 el cumplimiento de una ley divina que justificaba el hecho de no
                 haber actuado en consonancia con los verdaderos musulmanes. Pero
                 después de haber hablado con el señor Kachka y con Ariel, nos he-
                 mos dado cuenta que no es el camino. Que Alá no puede ni debe ser
                 la excusa para cometer crímenes en su nombre. Nosotros no somos
                 quien de juzgar los pecados de nadie. Ha de ser Él, en su infinita
                 misericordia, quien les juzgue llegado el momento.
                    —¿Habéis dejado entonces la milicia? —les preguntó Ariel.
                    —No. No podemos dejar la organización. Seriamos severamente
                 castigados si lo hiciésemos. Pero, tal y como os prometimos, hare-
                 mos lo posible por no manchar nuestras manos de sangre. Seguire-
                 mos luchando por la liberación de nuestro pueblo, ya que lo con-
                 sideramos una causa justa, pero no utilizaremos la violencia para
                 conseguirlo. Hablaremos directamente con los mandos principales
                 de Hamás y les pediremos que nos integren en la rama política de
                 la organización.
                    —Me alegra de verdad que hayáis optado por defender vuestras
                 ideas de una manera civilizada. La muerte no es el camino para nin-
                 guna de las dos facciones. Ojalá llegue el momento en que ambos
                 bandos se den cuenta del gran error que venimos cometiendo du-
                 rante décadas, y alcancemos por fin la paz definitiva que nos permita
                 vivir juntos y en armonía.
                    —Que Alá oiga tus palabras. Pero dudo mucho que lleguemos
                 nunca a olvidar tantos años de muerte y de rencor.

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