Page 319 - Edición final para libro digital
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Fatma entró con una bandeja en la cual portaba té y algo de pan.
                 Desde luego no era un desayuno de lujo, pero tanto Ariel como los
                 Hasbúm agradecían aquel refrigerio.
                    La conversación siguió girando en torno al futuro inmediato de
                 la pareja. Ariel no conseguía idear ninguna coartada creíble que le
                 permitiese salir más o menos bien parado de aquel trance. Por otra
                 parte, le preocupaba enormemente la suerte que podría correr Fat-
                 ma si él no estaba a su lado. Pero tampoco se planteaba la opción de
                 separarse de la palestina. Su futuro y su vida estarían condicionados
                 a la compañía de la bella becaria desde aquel momento.
                    Después de casi dos horas sopesando las consecuencias y las po-
                 sibles alternativas no conseguían idear una solución que les evitase
                 tener que afrontar los aspectos legales de su proceder. Finalmente,
                 Sabil expuso una idea, si bien la misma no habría de ser muy bien
                 acogida por los demás.
                    —Nabir —dijo dirigiéndose a su hermano— Podríamos ir con
                 ellos hasta la frontera y decir a los guardias que Kachka fue secues-
                 trado en Erez.
                    —Eso sería muy peligroso para vosotros tal como están las cosas
                 —dijo Ariel.
                    —Diríamos que hemos conseguido vuestra liberación porque
                 Fatma nos lo pidió.
                    —No creo que algo así resultase muy creíble. En todo caso debe-
                 ría justificar la razón de mi estancia en Erez. Y a vosotros os deten-
                 drían al instante.
                    Fatma guardaba silencio. Si la solución para salvar a Ariel de ir
                 a la cárcel y conseguir permanecer con él pasaba por el sacrificio de
                 sus hermanos, ella no habría de objetar nada al respecto. A pesar de
                 su amor hacia ellos como consanguíneos, poco más les unía emocio-
                 nalmente. Llevaba años sin verlos, y además se había prometido a sí
                 misma, cuando los miembros de la organización a la cual se habían
                 adherido mataran a su padre, no volver a considerar ningún lazo
                 afectivo con ninguno de ellos. Los quería, sí, pero tan sólo como una
                 parte de algo a lo que la unía un capricho natural. Sentiría muchí-
                 simo más cualquier daño ocurrido a su amado capitán que cuanto
                 pudiese sucederles a ellos dos.

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