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fanatismos religiosos o de la defensa de una causa; fuese esta justa
o no.
Ambos habrían podido alejarse de aquel mundo de odio y vio-
lencia en aquel mismo momento. Mas, al contrario, continuaron
sirviendo a los intereses de los verdugos del patriarca de la familia,
y eso era lo que más reprochaba la menor de los Hasbúm a sus dos
hermanos mayores.
—Buenos días —le susurró al oído la palestina abrazándose a
Ariel por detrás.
—Buenos días —respondió él, girándose y besando suavemente
sus labios.
Inmediatamente notó como la joven se dejaba llevar. Ariel cono-
cía muy bien la incapacidad de Fatma para controlar sus sentimien-
tos; por lo cual la apartó con dulzura mientras le decía:
—Es mejor que no demos muestras de nuestro amor delante de
tus hermanos. Sé que no les agrada nuestra relación y no es conve-
niente que puedan sentirse ofendidos.
—Ellos duermen aún —le respondió la becaria.
—Pero pueden aparecer en cualquier momento.
El joven Kachka había continuado su pernocta en el sofá de la
sala, mientras que los hermanos de Fatma habían pasado la noche en
otra de las habitaciones vacías.
—Es verdad —aceptó Fatma—. No creo que les gustase.
A los pocos minutos, ambos hermanos aparecieron también en la
estancia. Fatma se retiró a la cocina para preparar algo de desayunar,
y los tres hombres se implicaron en los planes que habrían de seguir
para que la pareja pudiese abandonar Jibaliya.
Ariel los puso al tanto de sus peripecias para llegar hasta allí y de
las posibilidades de ser enviado a prisión si no regresaba pronto y
con un buen argumento de defensa.
Nabir tomó entonces la palabra.
—He estado pensando en la mejor manera de llegar a Erez. Po-
demos contactar con Hassan, un amigo que tiene una vieja furgone-
ta. Él podría llevaros hasta el paso fronterizo.
—¿Y si nos delata en vez de ayudarnos? —preguntó Ariel des-
confiado.
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