Page 53 - Edición final para libro digital
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los rebeldes hacían de los damnificados con fines propagandísticos,
                 muy especialmente cuando las víctimas eran niños. A pesar de sus
                 reparos morales, el viejo Kachka nunca había rechazado caso algu-
                 no. Para él, el derecho al amparo judicial de cualquier persona era
                 sagrado, y había defendido a tantos inocentes acusados injustamen-
                 te que no dudaba en atender las necesidades jurídicas de cualquier
                 inculpado, evitando valorar su implicación hasta no ser condenado
                 definitivamente.
                    Hacía ya unos cuantos años que una tensa calma se mantenía en
                 la región; por eso, cuando su hijo le contó a través del auricular los
                 pormenores sobre aquel asunto, el veterano jurista se vio sorprendi-
                 do. No parecía normal que, en tales circunstancias, bajo una larga
                 tregua, un par de palestinos se hubiesen infiltrado por su cuenta
                 y riesgo, en una zona militarmente controlada, con fines terroris-
                 tas. Mucho menos teniendo en cuenta que su detención se produ-
                 jo cuando ya iban a abandonar el territorio hebreo. David Kachka
                 dedujo que, a pesar de ir armados, aquellos dos hombres no come-
                 tieran mayor delito que el de traficar con mercancías tradicionales.
                 Tras una larga conversación con su padre, Ariel tuvo el convenci-
                 miento de que los hermanos de la mujer que le robaba el sueño no
                 eran terroristas sino simples contrabandistas que se ganaban la vida
                 arriesgándose a perderla.
                    No podía distraer aquel caso sin arriesgarse a truncar su carrera
                 o, lo que sería aún peor, ser acusado de traición; así que no vio me-
                 jor solución que intentar, legalmente, librar a aquellos dos hombres
                 de una condena mayor. Como abogado que era, solicitaría hacerse
                 cargo de la defensa de los dos acusados. Puesto que no podría ocul-
                 tarle a Fatma por mucho tiempo aquella situación, lo mejor sería
                 sincerarse con ella y ofrecerle sus servicios como defensor. Pero, a
                 pesar de todo, tampoco le interesaba precipitar los acontecimientos.
                 Fatma comenzaría ese domingo a trabajar, y él aún ni siquiera se le
                 había insinuado. Si la ponía al tanto de lo ocurrido antes de ganarse
                 su confianza, podría resultar negativo para sus aspiraciones, puesto
                 que, muy probablemente, la joven aún dudaría de sus intenciones.
                 Lo mejor sería no hablarle del asunto hasta que el fiscal militar hicie-
                 se una acusación en firme; lo cual le daba unos días de margen. Ariel

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