Page 56 - Edición final para libro digital
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—Claro que puedes —dijo la señora Maher con firmeza—. Está
lloviendo y tendrás que tomar un taxi. Además, necesitarás dinero
para comer y para el transporte de regreso.
—Es que lo considero un abuso, ustedes me han acogido sin pe-
dirme nada a cambio. Me avergüenza, después de todo cuanto hacen
por mí, servirme de su dinero para afrontar mis gastos. Preferiría no
aceptar su generosa gracia. Iré caminando. Tengo tiempo suficiente
y la lluvia no es demasiado intensa. Llevaré un paraguas.
—De ninguna manera niña —manifestó la anciana con determi-
nación. — Muy bien ganado tienes cuanto te podamos ofrecer. Con
tu sola presencia haces por nosotros mucho más de lo que podría-
mos esperar de ninguna otra persona. A nuestra edad sólo nos queda
esperar a que alguien esté a nuestro lado cuando nos llegue la hora,
y tú eres nuestra única y mejor compañía.
Ante la insistente resolución de la mujer, Fatma optó por no dis-
cutir. Cogió los cuartos que la señora le entregaba y salió del aparta-
mento dispuesta a tomar un taxi que la llevase hasta la oficina.
Aún estaba oscuro cuando asomó a la calle. Soplaba un molesto
viento que hacía inútil el voluntarioso intento de cubrirse con el
paraguas, que amenazaba con perder su forma original en cualquier
momento. Fatma pensó lo bien que le vendría entonces el dinero
que le diera la señora Saida para no tener que ir caminando, expues-
ta a las inclemencias climáticas de aquella desagradable mañana que,
sin duda, habría de deteriorar la imagen con la cual debería afrontar
su primer compromiso laboral. La muchacha se disponía a recorrer
los escasos cien metros que había hasta el bulevar, con la intención
de parar allí a uno de los muchos coches de servicio de viajeros que
recorrían la dinámica urbe en las horas punta. Apenas había anda-
do unos pasos cuando, detrás suya, escucho la insistente bocina de
un automóvil. Ni siquiera se giró para ver quién era. Supuso que
algún madrugador casanova intentaba llamar su atención, y no era
Fatma de las que aceptaba favores de desconocidos. Pero el vehículo
se le acercó y redujo la marcha hasta avanzar lentamente a su lado.
Aquella inesperada situación hizo que la joven se pusiese nerviosa
y apurase el paso con la intención de alcanzar lo antes posible la
esquina del bulevar, donde la presencia del gentío que por allí se
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