Page 60 - Edición final para libro digital
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una conversación que habría de ser el inicio de una relación mucho
más estrecha.
—Fatma, ¿podrías venir un momento? —había sonado la voz del
teniente a través del interfono.
—Ahora mismo voy señor Kachka —replicaba la joven al otro
lado.
Aunque había sido demandada por su superior, la becaría llamó
a la puerta antes de abrir. Nunca entraba en el despacho de ninguno
de sus jefes sin solicitar con anterioridad el permiso oportuno. A
pesar de que Ariel la había tratado siempre con confianza, Fatma no
osaba tomarse atribuciones que excediesen a su cometido.
Era indudable la mutua atracción de los dos jóvenes y la tensión
emotiva existente desde la madrugada en que él la recogiera con su
coche cuando se dirigía al trabajo por primera vez, e incluso antes de
aquello. La inclinación de Kachka por la joven se había manifestado
ya el mismo día en que esta se presentara solicitando el empleo. Sin
embargo, la timidez de ella, y la excesiva prudencia de él, habían
dado pie a que transcurriesen casi cinco días antes de darse el esce-
nario que le esperaba a Fatma en cuanto traspasase aquella puerta.
—Adelante, puedes pasar —respondió el teniente a los suaves
golpes en la madera.
La joven entró en el despacho y se encontró al gentil oficial de
pie, junto al enorme ventanal que iluminaba la estancia y ofrecía
una acogedora vista, que abarcaba una buena parte de la amplia
avenida que discurría frente al edificio y el concurrido parque, por
el que correteaban centenares de niños, entre parejas de jóvenes ena-
morados y jubilados que pasaban allí sus horas de ocio. La solemne
figura del teniente, a contraluz y con aquella viva postal de fondo,
provocó en Fatma un mayor sentimiento de admiración. Se sentía
abrumada teniendo frente a ella a tan gallardo personaje.
Ariel estaba, como siempre que recibía a Fatma, risueño y esme-
radamente cordial, y ella, al igual que él, sonreía también abierta-
mente. Ya ninguno de los dos disimulaba su evidente y mutua atrac-
ción. Tan sólo un pequeño vestigio del protocolo y la precaución
debida ante el riesgo de que el teniente coronel Machta llegase a
percibir su plétora de confianza, les retraía un poco en su compor-
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