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tamiento. A pesar de la adecuada relación laboral, los dos jóvenes
                 tenían ya asumido el principio de una más estrecha vinculación. Ese
                 sentimiento se irradiaba en sus rostros cada vez que se encontraban
                 juntos. La sincera y expresiva mirada de Fatma dio a Ariel la con-
                 fianza suficiente para ir un poco más allá en su acercamiento. Sin
                 intermediar ninguna otra excusa, le dijo a la joven:
                    —Fatma, me encantaría que aceptases venir a almorzar conmigo
                 este sábado.
                    Ella se sonrojó una vez más. Aunque no albergaba duda alguna
                 sobre sus emociones, no lograba vencer del toda aquella timidez que
                 arrastraba desde niña. Tampoco tenía la seguridad de que su supe-
                 rior se tomase en serio aquel juego de seducción. Seguía resultándole
                 chocante que un militar judío se sintiese atraído sentimentalmente
                 por la hija de un comerciante palestino. Ante el prolongado silencio
                 de Fatma, Ariel insistió.
                    —¿Qué me dices? Conozco un restaurante en Kerem HaTeima-
                 nim donde se come muy bien. Luego podríamos acercarnos a la
                 playa dando un paseo.
                    —Está bien —dijo Fatma finalmente—. Pero no quisiera que
                 me malinterpretase por acceder a su proposición. Usted es mi jefe y
                 yo tan sólo una becaria palestina. Pero soy una mujer honesta y no
                 me gustaría que me considerase una atrevida por aceptar, sin más,
                 su invitación.
                    —¿Qué insinúas? —le respondió Ariel algo molesto—. Yo jamás
                 me aprovecharía de mi autoridad para conseguir una cita. Además,
                 me incomodan enormemente esos prejuicios clasistas y culturales
                 que se anteponen constantemente al entendimiento entre nuestros
                 pueblos. ¿Es que acaso por ser palestina debería renunciar a mante-
                 ner una relación más personal contigo? Te aseguro que no profeso
                 rechazo alguno hacia tu nación, y comprendo vuestras reivindica-
                 ciones, pero no ha de ser dejándonos llevar por el odio como llegue-
                 mos a un acuerdo. Soy militar y me gusta mi profesión, pero en mi
                 corazón no existe aversión alguna. Sí, he de reconocer, sin embargo,
                 que, siendo más joven, cuando nos conocimos por vez primera, eran
                 otras mis emociones. Me había dejado llevar por consignas e ideales
                 equivocados que me hacían odiar y desear venganza, pero desde que

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