Page 62 - Edición final para libro digital
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el destino te puso ante mí, cuando apenas eras una hermosa adoles-
              cente, mi percepción sobre tu pueblo cambió radicalmente. A pesar
              de mi profesión, puedes estar segura de que mi mayor deseo es que,
              más pronto que tarde, lleguemos a alcanzar una paz definitiva. El
              odio y el rencor alimenta sólo a los intolerantes, y de nosotros de-
              pende que los verdaderos sentimientos fluyan ajenos a la insensatez.
              Desde que te he vuelto a ver no he disimulado en absoluto mi inte-
              rés por ti y no creo, por lo tanto, que pudiese pasar desapercibido.
              Además, puedo notar en tus miradas y en tu comportamiento que
              también tú te sientes atraída por mí. No debemos dejar que una
              ancestral rivalidad estólida interfiera en una relación que, según pa-
              rece, ambos deseamos.
                 Fatma se le quedó mirando atónita; sin saber qué responder. La ex-
              tensa y reflexiva exposición de Ariel desbarataba cualquier fundamen-
              to de recelo que pudiese albergar. Coincidían ambos en muchas cosas,
              y lo que Ariel le acababa de decir era casi un reflejo de sus más férreas
              convicciones. Sin duda, aquel hombre podría ser el compañero con el
              que siempre había soñado formar una familia. Pero no era cuestión de
              apresurarse. Al fin y al cabo, a pesar de sus seductoras palabras, Ariel
              podría ser uno más de tantos hombres dispuestos a obtener satisfac-
              ción mediante la adulación y el halago. Ir a comer con él ese sábado
              sería un buen comienzo para conocer las intenciones del oficial.
                 —Lamento que le haya molestado mi comentario, no era eso lo
              que pretendía. Pero comprenda mi inseguridad. Nunca he salido
              en serio con ningún hombre, y que ahora me invite a comer un
              militar hebreo no me resulta fácil de asumir. Pero estaré encantada
              de almorzar con usted este sábado —se disculpó Fatma, sin poder, a
              pesar de todo, disimular su persistente reparo.
                 —Te comprendo perfectamente, y me alegra que a pesar de ello
              aceptes mi invitación —le dijo Ariel—, pero tengo que ponerte una
              condición. Y esta vez utilizaré mi autoridad, si es necesario, para que
              cumplas con mi petición.
                 —¿Qué condición? —preguntó Fatma, nerviosa y volviendo a
              sonrojarse.
                 —Que de hoy en adelante sólo me trates de usted en la oficina o
              cuando alguien esté presente. Sobre todo, si ese alguien es el teniente

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