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CAPÍTULO 7.











                      quel sábado había resultado perfecto. Pero sus obligaciones la-
                      borales no se detenían, aunque su relación en la oficina era ya
                Atotalmente abierta. Ninguno de los dos disimulaba sus senti-
                 mientos y no se reprimían a la hora de manifestar su amor cuando la
                 ocasión lo permitía, bien con esporádicos besos o, simplemente, con
                 delicadas y afectuosas palabras. Tan sólo el temor a que el teniente
                 coronel Machta pudiese conocer sus devaneos les disuadía en las
                 ocasiones en que estaban más expuestos.
                    Lo sucedido la noche anterior habría de permanecer para siem-
                 pre en sus recuerdos.  Muy especialmente en la joven palestina.
                    Si el haber almorzado juntos, y los paseos vespertinos del día
                 antes, habían sido la confirmación definitiva de lo que ambos tenían
                 ya asumido, la noche había sido especialmente inolvidable. Tan sólo
                 necesitaban sentirse liberados de sus lazos profesionales para que flu-
                 yese, libremente, aquel sentimiento latente. Ese fin de semana, todos
                 sus reparos habían quedado encerrados en la oficina. Sin prejuicios
                 internos, y olvidando definitivamente sus orígenes o circunstancias,
                 ambos enamorados dieron rienda suelta a sus más anhelados deseos.
                    Tal como lo habían planeado, después de una larga sobremesa
                 en la que las caricias y los besos hicieron pronto acto de presencia,
                 ambos jóvenes, cogidos de la mano, habían ido hasta la playa dan-


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