Page 70 - Edición final para libro digital
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faroles del bulevar que transcurría paralelo a la orilla, y por las ya
              escasas luces de los edificios que se alzaban a lo largo de los casi dos
              kilómetros de arenosa costa. Entrada la madrugada, era muy escaso
              el movimiento en aquella zona. Tan sólo algunos coches, y el mur-
              mullo de los rezagados que decidieran prolongar la fiesta, rompían el
              silencio en algún momento. Por lo demás, la calma era casi absoluta.
                 La oscuridad reinante, y el saberse completamente solos, disipó
              definitivamente cualquier duda. En aquel momento, Fatma ya era
              tan sólo sentimiento, y ninguna influencia cultural o racional conse-
              guía apagar el enorme fuego que ardía en su interior. Se abrazó apa-
              sionadamente a Ariel y su boca buscó desenfrenada la del muchacho.
              Él, mucho más acostumbrado a situaciones parecidas, respondía a
              los deseos de la becaria entrelazando su lengua con la de ella, hacien-
              do que se estremeciese todavía más. Fatma, que para entonces había
              perdido totalmente el control de sus actos, tan sólo deseaba sentir
              al hombre en su piel, en su boca, en sus pechos; en su más oculta
              intimidad. Ariel la separó suavemente con la intención de ocupar
              un sitio menos incómodo. El frio e irregular granito no resultaba el
              lugar más adecuado para tan importante acontecimiento.
                 —Vayamos mejor hasta las hamacas —le dijo Ariel muy despa-
              cio, sin separar sus labios de los de ella.
                 Fatma no respondió, tan sólo se dejó llevar sin dejar de besarlo;
              casi con desesperación. De tal guisa fueron acercándose al montón
              de hamacas, tropezando varias veces, debido a la dificultad que su-
              ponía caminar sin interrumpir sus apasionadas caricias. Tan ardoro-
              so desplazamiento hizo que perdiesen el equilibrio en más de una
              ocasión, rodando sobre la arena una considerable parte del trayecto.
              Muy probablemente, no hubiesen alcanzado el objetivo de no ha-
              cer el joven teniente un gran esfuerzo por mantener la calma; pues
              Fatma estaba tan ansiosa que sólo deseaba sentirse entregada.  Las
              comodidades no eran en aquel momento una prioridad para ella.
              Finalmente alcanzaron el conjunto de lonas rojas y se echaron sobre
              una de las cubiertas que se encontraba sobre el suelo. Fatma, clavó
              su encendida mirada en el muchacho al tiempo que se mordía el
              labio inferior presa de la excitación. El militar se puso entonces en
              pie y, sin apartar su vista de aquel hermoso rostro, se despojó de la

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