Page 73 - Edición final para libro digital
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Ariel quería despejar algunas dudas respecto al sorprendente com-
portamiento de la muchacha.
Ya compuestos de tan apasionado encuentro y debidamente aci-
calados y limpios de arena, echaron a andar por la tranquila avenida
hasta la Sea One Tower, para adentrarse luego en kerem HaTeima-
nim, donde habían dejado el vehículo, muy cerca del restaurante
en el cual habían estado almorzando. Durante el camino, Fatma
permaneció callada, en su cabeza se repetían una y otra vez las desco-
nocidas e increíbles sensaciones experimentadas hacía tan sólo unos
minutos. A su edad, creía conocer su cuerpo a la perfección. Sin
embargo, aquella noche había descubierto una faceta de su sexuali-
dad que jamás hubiera imaginado. Por el contrario, los pensamien-
tos de Ariel eran mucho más confusos. La asombrosa reiteración de
orgasmos en Fatma, incluso con sólo percibir sus caricias, y aquella
impetuosa fogosidad, le hacían dudar sobre el concepto que de ella
mantenía desde que la conociera. No guardaba duda alguna respecto
a su virginidad hasta aquel momento, ni tampoco sobre su falta de
experiencia -bien lo había podido comprobar por su escasa habili-
dad en ciertas artes-, pero tanto descontrol ante el placer le hacía
sentirse inseguro. Tenía que hablar de aquello y sólo ella podía darle
una explicación que asentase su confianza.
—Has disfrutado muchísimo —comenzó diciendo Kachka—
¿Habías tenido antes una experiencia semejante?
Ella se lo quedó mirando entre la ira y la vergüenza, aquella pre-
gunta cortó bruscamente la inmensa felicidad del momento.
—¿Qué estas insinuando? —le pregunto enfadada.
—No me malinterpretes, sé que nunca has estado con hombre
alguno, lo he notado, pero a lo mejor has tenido algún otro tipo de
experiencias íntimas. No te imaginaba tan fogosa y me ha sorpren-
dido. Eso es todo.
—Comprendo —le respondió ella reflejando su desilusión—. De-
bido a la religión que profeso has creído que sería una mujer fría y repri-
mida. Mi comportamiento ha hecho que te sientas inseguro, ¿verdad?
Él no respondió, tan sólo movió ligeramente los hombros, expre-
sando inconscientemente su aprensión. Pero Fatma continuó con
su alegato.
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