Page 76 - Edición final para libro digital
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Sobre las cinco y media llegó a la casa del matrimonio cisjordano
              y fue directamente a la cocina. Allí, disponiendo ya la mesa para co-
              mer, se encontraba la entrañable Saida, enfrascada en la preparación
              de una exquisita kafta, un plato típico de palestina que la señora
              Maher cocinaba especialmente bien. Fatma, después de saludar al
              viejo Abdud, fue a cambiarse de ropa y se dispuso a colaborar con
              la dueña de la casa. Mientras, el señor Maher terminaba de regar
              las flores del balcón -una de sus escasas aficiones aparte de la tele-
              visión-. Terminado el almuerzo, el anciano se echó en el mullido
              sillón, mientras las dos mujeres vaciaban las innumerables piezas de
              un puzzle sobre la mesa del comedor. Apenas habían comenzado a
              seleccionar los pequeños trozos de cartón cuando escucharon ya los
              ronquidos del anciano Maher.
                 — Abdud ya se ha dormido —dijo Saida.
                 —Sí, haciendo tranquilo la digestión —le respondió Fatma entre
              risas.
                 —Está muy viejo —replicó la anciana con sorna.
                 Fatma continuó con la broma, y ambas mujeres estuvieron varias
              horas charlando mientras iban ordenando pacientemente las piezas
              del rompecabezas.
                 —Señora Saida —apuntó en un momento de la conversación
              Fatma—, quisiera preguntarle algo sobre una duda que tengo desde
              hace unos días.
                 —Claro niña, dime lo que sea —le respondió cariñosamente la
              mujer.
                 —¿Se puede estar embarazada sin tener ningún síntoma?
                 La pregunta pilló desprevenida a Saida, quien se quedó mirando
              a Fatma entre sorprendida y asustada. A pesar de haber pasado casi
              toda su vida en Tel Avid, la octogenaria cisjordana seguía siendo una
              mujer muy conservadora, y en lo referente a las relaciones sexuales
              fuera del matrimonio su religión era muy estricta. De ahí su sorpre-
              sa, ya que, siendo Fatma también musulmana, no se esperaba de
              ella una consulta tan íntima. De todos modos, y aunque pudiese ser
              algo reprobable en su cultura, para Saida no era nada extraño que
              las jóvenes judías mantuviesen relaciones sin estar casadas. A lo largo
              de su vida había conocido a muchas, y no podía obviar que Fatma

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