Page 78 - Edición final para libro digital
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ño por el matrimonio Maher y, ante aquel dilema, había considera-
              do que podía ser la anciana su mejor confidente. Pero comenzaba a
              dudar de la conveniencia de sincerarse con ella, pues no estaba muy
              convencida de que llegase a comprender su conducta. De cualquier
              modo, ya había abierto el arca de sus intimidades. Llevaba en secreto
              su apasionada relación con Ariel y deseaba compartir con alguien
              aquel sentimiento de felicidad que la inundaba, por lo cual, enco-
              mendándose a su comprensión, le confesó a la señora Saida todo lo
              acontecido con su jefe desde aquella primera vez en el instituto hasta
              que comenzó a trabajar con él.
                 La octogenaria escuchó con atención a Fatma durante más de
              media hora, mientras la joven la ponía al tanto de todo cuanto le
              había acaecido con el militar hebreo hasta ese momento. Se cuidó
              mucho la abogada palestina de no entrar en detalles sobre lo acon-
              tecido aquella noche en la playa. No creyó conveniente escandalizar
              a la anciana con el relato de su incontrolable pasión. Al terminar su
              narración, y en contra de lo que esperaba, Saida la animó con sus
              palabras.
                 —Hija mía, sé que pensarás que soy una vieja ignorante a quien
              escandalizaría todo cuanto me has contado, pero sé muy bien lo que
              es amar a un hombre y cuan complicado resulta todo cuando ese
              amor no está bien visto por los demás.
                 —Cuando determinamos venirnos a Tel Avid, recién casada con
              Abdud —continuó la anciana—, nos resultó muy duro tomar tal
              decisión; pero lo hicimos por amor. Mis padres me habían prome-
              tido a otro hombre, un comerciante de Abu Dis, y mi relación con
              Abdud no fue nada fácil. Nos estuvimos viendo a escondidas du-
              rante varios meses hasta que mi padre se enteró de lo nuestro y me
              obligó a permanecer en casa sin salir. Me dijo que lo hacía por mi
              bien, para evitarme una vida de necesidades y pobreza. Pero yo que-
              ría a Abdud y no me importaba su posición social ni las riquezas. En
              aquella ocasión, tuvimos que separarnos de nuestras familias y ami-
              gos para comenzar una nueva vida en una ciudad que no conocía-
              mos, y adaptarnos a una cultura radicalmente diferente a la nuestra.
              Créeme si te digo que no fue nada fácil, pero juntos lo superamos
              todo. Tengo la certeza de que también tú, junto al hombre al que

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