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CAPÍTULO 8.











                    atma aún permaneció un par de horas en la oficina después de
                    despedir a Ariel. No tenía amigas en Tel Avid, tan sólo algunas an-
                Ftiguas compañeras de universidad que apenas veía muy de cuando
                 en vez. Su única compañía, aparte de los ancianos Maher, era su pro-
                 metido y jefe. Aquel fin de semana se le haría muy largo sin Ariel en la
                 ciudad; por lo cual no le importaba trabajar un par de horas más para
                 adelantar la tarea. El día que cerraba la semana se marchaban siempre
                 a las tres, pero aquel viernes Fatma quería distraer su mente. No le
                 había sentado nada bien que su teniente se fuese a Acre, dejándola sola
                 durante dos días. Sabiendo que hasta el domingo no vería nuevamen-
                 te al joven, sólo le quedaba hacer que los mismos se le hiciesen lo más
                 cortos posible. Así que lo mejor sería trabajar hasta tarde e ir luego
                 directamente a casa, donde almorzaría con los Maher. Al no tener
                 que madrugar el sábado, podría pasar la tarde de conversación con la
                 señora Saida mientras le ayudaba con sus puzzles y, después de cenar,
                 ver alguna buena película en compañía de la anciana pareja. El señor
                 Abdud era más partidario de sentarse en el sofá a ver la televisión, lo
                 cual ejercía en él un eficaz efecto sedante, ya que no solía aguantar más
                 de diez minutos despierto en cuanto se recostaba en el mullido diván.
                 Por lo tanto, no sería un inconveniente a la hora de confesarle a su
                 casera algo que llevaba varios días preocupándola.


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