Page 82 - Edición final para libro digital
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ligero, y al sentir a Fatma en el baño ya se había despertado. Quien
              seguía profundamente dormido, a pesar de todo, era Abdud, que
              difícilmente abriría los ojos, aunque comenzase un bombardeo.
                 —Buenos días —saludó la anciana.
                 —Buenos días —le respondió Fatma—. No me ha dado tiempo
              ni a preparar el café.
                 —Yo lo haré —dijo Saida—. Prepararé también Shakshouka.
              Quedan muchas horas hasta el almuerzo y hay que desayunar bien.
              Por cierto, ¿para qué has madrugado tanto? Hoy no trabajas.
                 —Ya, pero no podía dormir y decidí levantarme.
                 —¿Estás preocupada por lo que hablamos ayer, ¿verdad? Debe-
              rías tomártelo con más calma. Ten en cuenta que no puedes volver
              el tiempo hacia atrás; así que confía en que lo mejor está por llegar.
              La vida nos sorprende cada día, y muchas veces, cuando pensamos
              que hemos cometido un error irreparable, las consecuencias de este
              nos cambian positivamente. Confía en tu destino Fatma, te mereces
              ser muy feliz, y estoy segura de que lo serás.
                 —Una vez más, consigue usted hacerme sentir bien. Ayer duda-
              ba si contarle o no lo que estoy viviendo, pero me alegro de haberlo
              hecho. Sus consejos y su animoso parecer me están resultando muy
              provechosos.
                 Terminaron de desayunar y, después de ayudar a Saida a recoger
              y limpiar la casa, Fatma salió en busca de una farmacia de guardia.
              No tuvo que caminar mucho. Dos calles más abajo halló una pe-
              queña botica que se encontraba aún abriendo la persiana. Esperó
              unos minutos antes de entrar y bendijo a su suerte cuando alcanzó a
              ver a la mujer que estaba detrás del mostrador. Uno de los mayores
              temores de Fatma era ser atendida por un hombre, pues no estaba
              segura de atreverse a solicitar el dichoso test en caso de tener que
              pedírselo a un varón. La joven, a pesar de sus incontrolables entregas
              amorosas, continuaba siendo igual de tímida que antes de conocer a
              Ariel. Pedirle a un dependiente masculino algo tan íntimo le resul-
              taba sumamente turbador. Por eso, al ver que era una mujer joven
              quien debía atender su demanda se sintió mucho más segura. Sin
              reparo alguno entró en el establecimiento y solicitó el artículo que
              tanto le azoraba requerirle a un hombre.

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