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CAPÍTULO 9.
—Yo ya me voy a la cama, podéis continuar hablando de vuestras
cosas, si queréis —dijo la madre de Ariel, dejando solos a su marido
y a su hijo en el salón.
—Está bien cariño, nosotros nos quedaremos un rato más, pron-
to iré también yo —le respondió el mayor de los Kachka.
—Hasta mañana mamá —la despidió Ariel besándola en la me-
jilla.
La señora Kachka se fue a su habitación mientras padre e hijo
permanecían en la sala dando buena cuenta de un añejo whisky es-
cocés que David Kachka reservaba para las ocasiones especiales.
—Bueno, háblame del motivo que realmente te trajo hasta aquí
—dijo el padre.
—¿Por qué eres siempre tan suspicaz? —preguntó Ariel—, ¿Aca-
so no puedo visitaros sin más razón que la de veros y pasar un fin de
semana con vosotros?
—Quizás si hubiésemos tenido otro hijo, él así lo hiciese, pero
tratándose de ti no me creo que sea esa la única razón. Vamos Ariel,
que tu madre ya no está y a mí puedes decirme la verdad.
Ambos sonrieron. A pesar de que ya habían hablado sobre el
romance del joven y las circunstancias que lo rodeaban, el veterano
abogado conocía bien a su hijo, y sabía que tan repentina visita no se
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