Page 69 - Edición final para libro digital
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inmediata. Ariel no cesaba de mirarla, con aquella mirada de acero
                 que la hacía sentirse impotente. Era como si aquellos ojos manipu-
                 lasen totalmente sus deseos y le dijesen exactamente lo que debía ha-
                 cer. Podría mantenerse firme sabiendo que, bajo ningún concepto,
                 el joven Kachka intentaría presionarla para lograr vencer su volun-
                 tad. Pero, en su lucha interna, el anhelo se imponía a la reflexión. A
                 pesar de todas sus reticencias, morales y culturales, no se sintió con
                 fuerzas para luchar contra aquella pasión ya desatada.
                    —En realidad no —le respondió casi susurrando—. Me gustaría
                 continuar a tu lado toda la noche.
                    Ariel la atrajo hacia sí mucho más fuerte y, sin articular palabra,
                 la besó  apasionadamente.  Permanecieron  así unos  minutos,  fun-
                 diéndose el uno en el otro. Fatma, casi alcanzaba el éxtasis con sólo
                 sentirse entre los fuertes brazos de su amado jefe. Jamás había sabido
                 lo que era aquello, pero le resultaba tan placentero que deseaba con-
                 tinuar pegada a él toda su vida. Pasados unos minutos Ariel rompió
                 aquel agradable silencio.
                    —¿Qué te parece si damos un paseo por la orilla? El viento se ha
                 calmado y la temperatura es agradable.
                    —Está bien, vamos —respondió ella—. Me encanta sentir la re-
                 lajante sensación que produce la arena tibia bajo mis pies descalzos.
                    —Yo, contigo a mi lado, caminaría sobre brasas ardiendo y no
                 sentiría más que placer —le dijo Kachka haciendo que Fatma se
                 sonrojase, mientras sentía en su interior como se agitaban las mari-
                 posas del amor ante aquel inesperado halago.
                    Anduvieron por la playa durante horas. El tiempo, a la sazón, era
                 para ellos inexistente. A pesar de su prolongado paseo hablaron muy
                 poco. Tan sólo se paraban de vez en cuando para besarse. Era ya más
                 de media noche cuando se detuvieron junto a unas rocas que se alza-
                 ban en el extremo sur del arenal, formando una escollera lateral que,
                 junto a otras siete construidas a modo de barrera, protegían a los
                 bañistas de las impetuosas olas procedentes del mar abierto. Justo en
                 aquella esquina, a tan sólo cien metros de las piedras, se acumulaban
                 gran cantidad de hamacas de alquiler, recogidas y tapadas con unas
                 lonas rojas. Los jóvenes se sentaron en unas rocas desde las cuales
                 podían divisar gran parte del litoral, ligeramente iluminado por los

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