Page 55 - Edición final para libro digital
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mal. Ambos habían conseguido trabajo nada más arribar a la gran
urbe. Él fue contratado como mecánico en una base de las fuerzas
aéreas y ella desempeñó tareas de cuidadora en una residencia para
niños huérfanos. Entre ambos habían ahorrado lo suficiente como
para comprarse aquel apartamento en la periferia y engrosar un poco
su cuenta corriente. Además, disfrutaban de una digna jubilación,
por lo cual, mantener a la joven abogada no les suponía menoscabo
económico. Sin embargo, la compañía de la joven palestina suponía
para ellos un gran paliativo. El octogenario matrimonio necesitaba
de alguien que les atendiese en caso de una inesperada desventura A
su edad, cualquier pequeño incidente podría trastocar su tranquila
vida y convertirlos en dependientes del prójimo, y Fatma era la per-
sona ideal para brindar seguridad a la canosa pareja. La muchacha
también se había encariñado con los ancianos, y conocía el deseo de
estos de que siguiera viviendo con ellos. Pero siempre había soñado
con formar su propia familia, y si llegaba a enamorarse de alguien
que le correspondiese tendría que separarse de los Maher y organizar
su propia vida. Nunca habían hablado de aquel tema, pero habiendo
encontrado un trabajo, Fatma consideró que debería ir planteando
el tema a los ancianos. De todos modos, no era aún el momento,
pues ni siquiera conocía a alguien que le interesase sentimentalmen-
te. ¿O quizás sí? Aquel apuesto teniente que sería su jefe a partir de
esa misma mañana le hacía sentir algo que nunca había experimen-
tado antes, pero no comprendía aún el significado de aquella nueva
sensación. Para Fatma el amor no era más que aquello que sintiera
por sus padres. Jamás había amado de ninguna otra manera y le
costaba comprender lo que sentía cuando se encontraba delante de
Ariel.
—Bueno, tengo que irme ya. Es mi primer día de trabajo y
no quisiera llegar tarde —dijo Fatma al enternecedor matrimonio
mientras les besaba en la mejilla.
—Mucha suerte hija mía, que todo te vaya muy bien —le res-
pondió la señora Saida al tiempo que ponía unos cuantos Shéquels
en la mano de la joven.
—Nooo, no puedo aceptarlo —se rebeló Fatma, rechazando
aquella dádiva.
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