Page 54 - Edición final para libro digital
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esperaba haber avanzado para entonces en su objetivo de conquistar
              a la bella palestina.

                 El domingo amaneció cubierto. El cielo amenazaba lluvia y Fatma
              debía desplazarse casi dos kilómetros hasta las oficinas donde había
              de iniciarse en su flamante empleo. En condiciones normales habría
              hecho aquel camino a pie. Tenía más de una hora por delante, ya
              que se había despertado muy temprano debido a la ansiedad que le
              producía incorporarse por primera vez en su vida al mundo laboral.
              Su obsesión por dar una buena imagen le había impedido disfrutar
              de un relajado descanso. Sin embargo, al asomarse a la ventana de la
              pequeña habitación donde se alojaba y mirar al exterior, descartó la
              idea de tal paseo. Tendría que desplazarse en taxi, lo cual supondría un
              pequeño quebranto en su ya mermada economía. Claro que también
              podía ir en autobús, pero debería caminar más de doscientos metros
              hasta la parada más próxima, y ya estaban cayendo las primeras gotas.
                 Aún indecisa, abandonó el cuarto para dirigirse a la cocina, don-
              de la señora Saida, una mujer octogenaria de ojos azules y tez cobri-
              za, ya la esperaba para desayunar. A la mesa se encontraba también
              el marido de esta, Abdud, un poco mayor que la anciana, pero de
              aspecto vigoroso. En realidad, ambos aparentaban sanos y activos a
              pesar de su edad. El tener a Fatma viviendo con ellos no sólo satis-
              facía a la muchacha, a quien nada le cobraban por el alojamiento
              y las comidas, también el matrimonio se encontraba mucho más a
              gusto en compañía de la joven, y su deseo era que continuase allí
              con ellos incluso cuando sus condiciones económicas le permitiesen
              independizarse. Los Maher veían en Fatma a esa hija que no habían
              podido tener, y a pesar del poco tiempo que llevaba con ellos se ha-
              bía ganado su cariño y su confianza.
                 El veterano matrimonio procedía de Abu Dis, un barrio a las
              afueras de Jerusalén, en la parte cisjordana de la ciudad, si bien lle-
              vaban décadas en Tel Avid, donde se habían instalado poco antes
              de casarse. Habían llegado a la capital huyendo del padre de ella,
              quien quería obligarla a contraer matrimonio con un hombre bas-
              tante mayor al que no amaba. Los Maher nunca lograron hacer for-
              tuna, tal como soñaban en su juventud, pero tampoco les había ido

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