Page 138 - Mucho antes de ser mujer
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Mucho antes de ser mujer

            después nos encontrarán o nos escaparemos. ¿Por qué no nos dejas
            ir?, tienes nuestra palabra de que no contaremos a nadie nada sobre
            ti; no nos puedes retener aquí para siempre.
                 —Tenía pensada una solución mejor, y ya he enviado a uno
            de mis hombres al piso del muerto con el móvil de tu amigo, en
            cuanto regrese haremos una llamada anónima a la policía para que
            vayan hasta allí y tanto tus amigos como tú tendréis un serio pro-
            blema en cuanto investiguen los contactos de ese teléfono; si volvéis
            a vuestra casa estaréis obligados a dar muchas explicaciones.
                 —Eres un hijo de puta —casi le grité sin poder contenerme.
                 —Comprendo que no sientas cariño por mí, pero creo que
            con el tiempo nos llevaremos bien —me respondió con cinismo—.
            Quizás no sea ésta la mejor forma de conocernos, pero es posible
            que a partir de ahora nos podamos relacionar con mucha más fami-
            liaridad. Tú y tus amigos estaréis mucho más seguros desde ahora si
            os quedáis conmigo.
                 Sin duda alguna la mente criminal de aquel hombre había
            estado funcionando para comprometernos en tan espinoso asunto;
            una vez la policía encontrase el móvil de Miguel difícilmente po-
            dríamos evitar nuestra implicación en aquel episodio. Sin contar
            con ello, mi atracción hacia este chico me estaba llevando al origen
            de mi propia concepción, a depender del mismo hombre que mi
            madre cuando tenía, más o menos, mi edad y en un ambiente muy
            similar. La historia se repetía, o quizás tan sólo continuaba y era el
            destino lo que me conducía a retomar el rumbo que, desde muy
            niña, debería condicionar mi futuro a pesar de mi inquebrantable
            determinación a no caer en los mismos errores en los que lo hiciera
            la mujer que me había dado la vida.
                 Una vez conocidas las intenciones de mi padre tan sólo podía
            albergar dudas sobre cuáles serían las condiciones que nos atasen a
            él y a su organización. Unas dudas que vería muy pronto despejadas
            cuando ordenó a sus lacayos, mediante el interfono, que trajesen a
            Elena y a Miguel.


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