Page 165 - Mucho antes de ser mujer
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José Manuel Bermúdez

            dar en unos meses, pero no tengo más alternativa que adaptarme
            a tu forma de vida. ¿Qué puedo hacer?, no quiero terminar como
            terminó mamá y ya no podría regresar con tía Carmen. Miguel
            se dedicaba a trapichear con droga y sabe cómo introducirla en la
            calle, estaría dispuesto a trabajar para ti y yo podría ejercer de hija
            tuya. Es obvio que no te quiero, pero eres mi padre y, ahora mismo,
            lo único que tengo. Sólo te pido que ejerzas como tal ya que no lo
            has hecho nunca antes.
                 Mi argumentación lo hizo reflexionar pero no obtuve una res-
            puesta inmediata, se limitó a decirme que lo pensaría.
                 No podía decirse que hubiese conseguido mi objetivo, pero
            la actitud mostrada por Bremon era esperanzadora; sin duda el
            hombre sabía también que aquella situación no se podría prolon-
            gar eternamente y, de una u otra forma, tendríamos que encontrar
            una solución.
                 Una semana más tarde, estando con Elena en el jardín, se acer-
            có a nosotras Susana.
                 —Ana, tu padre me ha enviado a buscarte, quiere que hable-
            mos.
                 Pude notar en su expresión que aquel nuevo encuentro sería
            muy positivo, con una sonrisa cómplice me tomó de la mano y nos
            dirigimos las dos juntas hacía la casa mientras Elena salió corriendo
            a reunirse con Miguel, probablemente imaginando cual sería la ra-
            zón de aquella convocatoria.
                 Entramos sin llamar en el despacho; excepcionalmente mi pa-
            dre no se encontraba detrás de su mesa sino que nos esperaba de
            pie, junto a la ventana y con la mirada perdida en el exterior, justo
            donde se podía divisar el portalón de entrada a la finca. Al sentirnos
            llegar se giró y nos invitó a sentarnos en el sofá que había a un lado
            de la estancia al tiempo que se acercaba para hacerlo también él en
            una butaca a juego.
                 —Ana, he estado pensando en lo que me dijiste el otro día y
            lo hemos hablado Susana y yo detenidamente. Corremos un riesgo


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