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ICAP ARGDEBRA
Esta relación abreviada del cuadro clínico debe tener un orden, ir de lo subjetivo a lo objetivo,
e incluir algún síntoma negativo o notificar la ausencia de uno que se considere importante
para el diagnóstico.
El método clínico y la tecnología moderna. ¿Están divorciados?
Por supuesto que no y nunca podrá estarlo. Son parte de un todo y no pueden ser separados.
La relación entre la técnica y la clínica radica en que no se trata de una cosa nueva que
sustituye a una vieja, sino de una cosa nueva que complementa a una clásica, porque viejo
es lo desgastado por el tiempo, lo que se vuelve obsoleto, lo caduco, lo anticuado; mientras
que clásico es lo que perdura a través de las épocas, lo sancionado por el tiempo, lo que se
considera como modelo y digno de imitar. De lo que se trata es de cuándo debe emplearse
cada uno en el proceso de diagnóstico de un enfermo.
Si se ha trabajado durante años frente al enfermo, se sabrá con certeza cuántas veces son
los exámenes complementarios más simples o más complejos, los que han dado el
diagnóstico que por ningún otro medio se había podido realizar.
Por ejemplo, el síndrome febril prolongado o crónico, uno de los problemas más difíciles en la
práctica diaria y que probablemente los internistas no quisiéramos nunca enfrentar, en el cual
únicamente los exámenes paraclínicos arrojarán el diagnóstico. Imaginen cómo se hubieran
sentido los médicos anteriores a Roentgen de haber podido disponer de una radiografía para
establecer un diagnóstico, que después el sabio alemán facilitó al descubrir los rayos X. Y
dando un salto en la historia de las invenciones técnicas y de las máquinas cada vez con
mayor alcance y precisión en el diagnóstico, solo por mencionar algunas de las que tenemos
a nuestra disposición, están la tomografía axial computarizada y la resonancia magnética
nuclear, capaces de detectar un tumor de unos escasos milímetros de diámetro en el tronco
cerebral, por señalar otro ejemplo.
Pero utilizando al revés aquello de que “no hay mal que por bien no venga”, o sea, “no hay
bien que por mal no venga”, tenemos que preguntarnos ¿hasta dónde este bien (la tecnología
moderna) ha contribuido, sin intención alguna, a que los médicos descansen cada vez más
su trabajo en las máquinas y menos en el contacto con el enfermo?
Autores muy prestigiosos piensan así desde 1949, en los albores de la revolución científico-
técnica. Advertimos también que la tecnología es de un valor incalculable y no tiene realmente
la culpa. Somos nosotros los médicos, deslumbrados por ella, los incapaces de aceptar que
la más moderna y útil de las técnicas tienen su límite de sensibilidad, especificidad y valor
predictivo y es capaz de emitir resultados no exactos y aun equivocados.
Por lo tanto, y volviendo al principio, el método clínico —el interrogatorio y el examen físico—
y las modernas técnicas de diagnóstico forman un binomio inseparable, van juntos de la mano
y al contrario del título del epígrafe, constituyen un matrimonio bien llevado que no se separará
jamás. Es a nosotros, a los médicos, a quienes corresponde utilizarlos en la forma correcta, y
la única manera es darles a cada uno el lugar que le pertenece y jamás violentarlos.
Para llegar al diagnóstico de certeza, hay que indicar los exámenes complementarios y todas
las pruebas que se consideren necesarias, pero fíjense bien en la frase. ¿Y cómo y por
cuáles métodos se averigua esto? Sencilla y llanamente por medio del examen clínico y la
hipótesis diagnóstica. En fin, que no hay opción, de otra forma serían pruebas y gastos
innecesarios, mala práctica y hasta yatrogenia, solo por una mala utilización de algo útil y
valioso.
El cirujano inglés Joseph Lister dijo que para el médico no hay otra regla que ponerse en el
lugar del paciente.
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