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danza, aunque era muy popular en su país.
Pero como a Zuffu nada le parecía demasiado
difícil para intentarlo, estudió con atención los
gestos que hacía Selim y después empezó a
imitarlos. Al final, emborrachado por lo alegre
del ritmo, se puso a bailar también él. Selim
apoyó su mano sobre el hombro de Zuffu,
como era la costumbre, y Zuffu colocó tam-
bién la suya sobre el hombro de Selim. Los
dos, más como hermanos que como amigos,
bailaron hasta agotarse bajo el soi ardiente
del mediodía.
Dispersas a lo largo del cerro, las cabras
blancas habían dejado de pastar y volvieron
sus cabezas hacia el viejo pastor que tocaba
la flauta y hacia los niños que bailaban al
compás.
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