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Después levantó su pesado martillo, descar-
gó un fuerte golpe sobre el buril y el mármol
se rajó justo hasta donde tenía que cortarse.
Aixa no estaba en su casa. Sólo encontraron
una hermosa gata rubia muy mansa que se
frotaba contra sus piernas con visible gusto,
como si les dijera: «Yo soy la encargada de
recibir las visitas mientras mi ama está fuera.
Miren ustedes mi buena educación, jovenci-
tos; les estoy saludando. Ahora les toca a us-
tedes hacerme una caricia, pero mucho cui-
dado con mi rabo y con mis bigotes.»
Lo mejor era quedarse a esperar allí, acompa-
ñados por una gata tan cariñosa. De modo
que los dos niños aguardaron un buen rato y
de pronto se sobresaltaron al oír una voz vieja
y cascada que habló detrás de ellos:
—¡Pero si es el joven Selim, y este otro se-
guramente es Zuffu, su amigo!
—¡Aixa! ¡Cuánto me alegro de verte! -gritó
Selim.
Su cara relucía de contento.
—Dime, ¿tienes ya muchos collares?
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