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—¡Oh, Aixa! Gracias a ti vamos a poder curar
a Semra.
—Gracias a mí es mucho decir... -murmuró
Aixa, medio disgustada-. Di más bien gracias
a ti, Selim.
—Y a Zuffu -añadió rápidamente Selim-. ¿Sa-
bes que nos hemos hartado de trabajar du-
rante las vacaciones?
Le contó la historia de Beek, la de los doce
huevos de la gallina roja, la del enjambre per-
dido y la del albaricoquero. Y también la histo-
ria de Rahmi, que había vaciado sus bolsillos y
dejaría comer la hierba" de sus montes a
Beek, el grano de sus cosechas a los doce
pollos y se ocuparía de cuidar la colmena azul.
—Por supuesto, sabíamos que todo eso no
era bastante -concluyó Selim-. Cuando ten-
gamos un rebaño de cabras, un gallinero y
una docena de enjambres de abejas, quizá
seamos lo bastante ricos para pagar cada año
el tratamiento de Semra. Pero, mientras, sin ti
no hubiéramos podido ni pensar en empezar.
—¿Qué vas a hacer con todo ese dinero?
-preguntó Aixa-. ¿Se lo darás a Mustafá?
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