Page 163 - selim
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dad.  Entonces me acordé de algunas      personas
          que conozco, que son bastante sordas. Y todas
          son de mi misma edad..., lo normal.     Me quedé
          pensando:    si  efectivamente  había  alguien  ca-
          paz de comprender la     desgracia  de  esa  peque-
          ña Semra,   era toda  la gente mayor que ya está
          sorda.  De  modo   que  me fui  en  busca  de  esas
          personas y   les  hablé  de  Semra,  cosa  que  no
          siempre me resultó fácil,   podéis creerme.   ¿Ha-
          béis  intentado  alguna  vez  que  un  sordo  os  es-
          cuche   una  historia?  A veces  tenía  que  dar gri-
          tos con tanta  fuerza  que después    me  quedaba
          con  la voz ronca.  Pero me volvía a   casa  llevan-
          do  algún  dinero,  y  con  nuevas  direcciones  de
          gente sorda.   Entre unos y otros me parece que
          he  pasado revista a todos   los sordos que viven
          en  Estambul.   He visto algunos muy ricos,   pero
          otros  terriblemente   pobres.   Y  nunca,  nunca,
          me han despachado con las manos vacías.



           Los  dos  chicos  la  habían  escuchado    con  la
          boca   abierta.  ¡Todo   ese  dineral!  Entonces,
          ¿había tal  cantidad  de gente   sorda  en  aquella
          gran   ciudad?  Tanta  gente   incapaz  de  oír  las
          cosas   alegres  de  la vida...,  las  bocinas  de  los
          coches o   las flautas de  los músicos...

          —Bueno,     tomadla;   que es vuestra -dijo Aixa,
           poniendo la caja en   las manos de Selim.



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