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tenga el corazón tan duro como dice la gente,
Vamos, voy a presentaros al rebaño.
Los dos chicos siguieron a Ahmet, que baja-
ba la ladera a largas zancadas.
—¡Pues no eres tan viejo! -exclamó Selim-
Por lo menos, andas muy deprisa.
Ahmet se volvió, sonriendo:
—Muchas veces no basta con andar -dijo-.
Con frecuencia hay que correr. Y, ¡caramba!,
correr ya no es lo mismo...
—¿Es que se te escapan muy a menudo tus
animales? -preguntó Zuffu, siempre práctico.
—No, por suerte. El rebaño está conducido
por aquel gran macho cabrío que veis allí. Él y
yo somos buenos amigos y me ayuda a mane-
jar a las hembras y a las crías. Pero a veces
ocurre que una cabra se asusta. Y, además, las
cabras son bichos muy caprichosos. A algu-
nas, a veces, pueden darles ataques de locura.
—¡Qué bonitas son! -dijo Selim a la vez que
hundía las manos en el espeso pelaje de uno
de aquellos animales.
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